De tanto insistir en sus historias de absurdos e increíbles seres fantásticos, el excelso escritor de historias mágicas afectó -sin darse cuenta- la tenue membrana que divide ambos mundos.
En cuestión de segundos, el sobrepoblado mundo fantástico se desbordó sobre su estudio, que afortunadamente tenía cerrada la puerta que comunicaba con el resto de su casa y del planeta Tierra.
En menos tiempo de lo imaginable, miles de duendes, gnomos, musas, fantasmas, dragones de colores, ranas encantadas, sapos ganadores de premios Nobel, vampiros homosexuales, demonios aburridos, ángeles rebeldes, extraterrestres, zombies, hombres lobo, hadas madrinas, yetis de Himalaya, sátiros mitológicos, cíclopes anacrónicos, cancerberos desempleados y seres de la quinta dimensión, poblaron su estudio.
Afortunadamente, en el segundo cajón del lado derecho de su escritorio, él guardaba un bote de insecticida de última generación. Lo tomó discretamente y alcanzó a rociarlos a todos.
Quien más tiempo tardó en morir fue un hombre lobo necio que insistía -mientras se retorcía- en que se respetasen sus derechos humanos.
Al día siguiente, el escritor decidió abandonar los cuentos fantásticos, y regresó a sus viejas historias de quinceañeras enamoradas.
miércoles, 19 de marzo de 2008
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