Arik, desde niño, demostró ser muy inteligente. Nació en una aldea de duendes como todas las demás, excepto que en ella todos los habitantes eran avaros al extremo.
Cuando todavía era un niño, inventó nuevas técnicas agrícolas que todos los duendes adoptaron enseguida, pues era una aldea pobre cuya tierra producía muy poco. Sin embargo, a pesar de que la producción agrícola se multiplicó varias veces, ninguno de sus habitantes se acordó de compartir sus ingresos con Arik, ni siquiera de darle las gracias.
Como consecuencia de la enorme productividad lograda, muy pronto el problema de los duendes de la aldea dejó de ser la pobreza, y se convirtió en que ahora los excedentes agrícolas se echaban a perder sin poder ser consumidos. Una mala temporada podía venir en cualquier momento, y era muy importante para todos tener reservas almacenadas.
Los duendes le pidieron una solución al joven Arik, quien enseguida inventó las latas de conservas. Con ello, los duendes estaban felices, pues podían guardar indefinidamente sus excedentes. Sin embargo, nadie se acordó de gratificar económicamente a Arik, ni mucho menos de agradecerle.
Los inventarios almacenados crecieron enormemente, y todos los duendes de la aldea se volvieron ricos, todos excepto Arik, quien vivía en la pobreza a pesar de su enorme talento.
Llegó el día en que las condiciones climáticas se complicaron, dejó de llover, y los duendes quisieron recurrir a los alimentos enlatados que tenían guardados. Fue entonces que se dieron cuenta de que no conocían la tecnología para abrir las latas. Todos los duendes fueron con Arik a exigirle que inventara un abrelatas, pero estaba claro que ninguno tenía la menor intención de pagar por ello.
Arik, sin embargo, inventó el abrelatas, e hizo una demostración a los duendes de su aldea,
quienes quedaron encantados con el dispositivo. Arik les prometió que pronto los sacaría a la venta, pero los duendes protestaron, culpando a Arik de que él había inventado las latas, por lo que los abrelatas deberían ser fabricados por él y ser regalados.
Arik, presionado y molesto, les dijo que sí, que los abrelatas serían gratuitos.
Unos días después, Arik anunció que cientos de abrelatas estaban listos para ser regalados, y que los duendes podían pasar a recogerlos. La felicidad en el pueblo, que ya empezaba a resentir el hambre, fue enorme. Arik entregó los abrelatas al alcalde, quien no abrió las cajas hasta el momento de repartirlos gratuitamente entre los habitantes. Por lo anterior, no se dio cuenta a tiempo de que todos los abrelatas venían enlatados. Cuando los entregó a los duendes de la aldea, éstos se pusieron furiosos, y exigieron a Arik una solución al problema de desenlatar los abrelatas enlatados.
Arik anunció ese mismo día que tenía la solución, pero cada duende tenía que pagar por ella una buena cantidad de dinero, si es que querían abrir sus latas de abrelatas enlatados.
Así, la mañana siguiente, Arik abrió un nuevo negocio en base a su más reciente invento: una máquina desenlatadora de abrelatas enlatados. Todos los duendes de la aldea, uno tras otro, pasaron por su taller y no tuvieron más remedio que pagarle a Arik una buena cantidad de dinero por el servicio de su máquina.
Hoy Arik es muy rico, pues tiene registradas en todas las aldeas de duendes del mundo sus patentes: vende abrelatas enlatados, y ningún duende del planeta Tierra puede desenlatar abrelatas enlatados sin evitar pagar a Arik excelentes regalías.