miércoles, 7 de abril de 2010

El gato horripilante y la sonrisa de la princesa


Cuentan que cuentan que existió, en un reino en donde siempre salía el sol y los pajarillos cantaban alegremente, la Princesa Alegre, una joven bella con una enorme sonrisa amable y contagiosa, que hacía que todos los habitantes de ese lugar viviesen felices.

Pero un día llegó procedente del Reino de la Oscuridad Permanente -en donde siempre había nubes negras y buitres en vez de pajarillos- un hechicero amargado, acompañado de su horripilante gato de pelos color marrón permanentemente erizados.

Esa mañana ambos se acercaron al balcón de la Princesa Alegre y la pudieron ver. Su sonrisa irradiaba como siempre, por lo que el hechicero quiso robar ésta, para después arrojarla a una profunda barranca en donde nadie la pudiese encontrar, y así la Princesa Alegre se convertiría en la Princesa Triste, y, como consecuencia, el sol dejaría de salir y los pajarillo de cantar.

Así lo hicieron: el hechicero, ayudado por el espantoso gato, hicieron un conjuro maldito, y la sonrisa de la Princesa Alegre desapareció de su cara inmediatamente.

Cuando el sol empezaba a ocultarse por primera vez y los pajarillos empezaban a desconcertarse en ese hasta ahora favorecido reino, el hechicero guardó la sonrisa de la princesa en una urna negra, y ordenó al gato bajar al fondo de la barranca para dejarla en alguna cueva profunda en donde nadie jamás la encontrase.

El gato siguió las instrucciones, pero cuando se dio cuenta de que aquel agradable sol que antes lo calentaba ahora no lo hacía, empezó a dudar de las instrucciones del hechicero. Se sentó un rato a meditar, y finalmente decidió regresar la sonrisa a la Princesa Alegre, sin importarle lo que el hechicero pudiera hacerle, pues los rayos de la mañana anterior le habían quitado las molestas reumas que tanto le aquejaban, además de que le había agradado mucho aquella sonrisa cuando estaba en la cara de la Princesa Alegre.

Entonces el gato tomó camino al palacio y devolvió su sonrisa a la Princesa Alegre.

Ésta, en agradecimiento al gato, lo limpió y cepilló, le compró un aerosol antipulgas y le puso un asoleadero en la torre principal del palacio.

Al día siguiente, todo volvió a la normalidad en el asoleado y sonriente reino, y el malvado hechicero abandonado por el gato, emprendió la retirada hacia su país, para ver si algún buitre de los que allá abundaban quería convertirse en su mascota.