Su apariencia era la de un alacrán común, de una de las especies más venenosas que se conocen.
En realidad, alguna vez fue una bella hada benefactora que -por cosas de la vida- se enemistó con el mago Al Aman, quien la convirtió en un horripilante arácnido ponzoñoso. Así quedó expuesta a las tarántulas, a los pájaros y a los prejuicios humanos, quienes, enseguida, y sin mayor contemplación, pisaban a los alacranes que se les acercaban.
Ella estaba obligada -por sus instintos adquiridos- a inyectar su veneno a cuanta criatura tenía a su alcance: ése era su destino.
Durante algún tiempo, su ponzoña mató a seres inocentes, pero finalmente su bondad y su fuerte carácter hicieron de su veneno un elixir mágico que mejoraba en muchos sentidos la existencia de sus víctimas. Era, sin lugar a dudas, un alacrán mágico.
Eso -sin embargo- no obstó para que aquel hambriento cuervo la devorase en un descuido. Aun así, su victimario recibió de ella el don de la claridad mental: la segunda especie animal inteligente había sido creada en el planeta Tierra: el ser humano habría de pagar las consecuencias.