domingo, 23 de noviembre de 2008
De regreso en Nunca Jamás
Recordaba con muchísima emoción que, cuando era niño, había acompañado a Peter Pan y a sus amigos en sus aventuras al Reino de Nunca Jamás, gracias a la lectura de ese ameno cuento infantil que me impactó enormemente, así que, hace unos días, cuál sería mi sorpresa que cuando meditaba acerca de dónde ir a pasar unos días de merecidas vacaciones, me encontré con un catálogo promocional turístico para visitar nada más y nada menos que ese fantástico lugar.
Obviamente compré, sin mucho meditarlo, un paquete turístico para pasar tres días ahí.
Las sorpresas continuaban: la globalización ha hecho muy accesible el Reino de Nunca Jamás, y ahora se puede ir por avión, por barco, o incluso por tierra, aprovechando una autopista de ocho carriles que incluye un puente colgante modernísimo.
Reservé una habitación en un hotel de la cadena Meliá, y decidí ir en mi auto, pues quería viajar por todo el reino para ver qué había sido de Peter Pan, de su enamorada hada Campanita, de su amiga Wendy y sus hermanos Michael y John, así como de los niños perdidos que ahí conocimos.
Nada más llegar a mi habitación, me conecté a la Internet, y en la página www.nuncajamás.com, me encontré con una excelente exposición de lugares para visitar.
En esa misma página supe que el Reino de Nunca Jamás ya no era reino, sino que los habitantes habían logrado convertirlo en república hacía varios años. Si bien mi esencia es democrática y antimonárquica, algo en mi interior me dijo que las cosas no estaban del todo bien en ese mágico lugar.
Bajé al lobby para preguntar optimista al bedel acerca del paradero de Peter Pan, y su respuesta evasiva no me gustó nada. Tuve que insistir para conocer la realidad:
Cuando se decretó la República de Nunca Jamás, Peter Pan –todo un héroe local en aquellos momentos- fue propuesto como primer Presidente. Como era muy popular, su campaña política fue exitosa y resultó electo. Lamentablemente, antes de un año de gobernar, se le descubrió un fraude importante que lo obligó a renunciar al cargo. La presión fue tan fuerte que tuvo que darse a la fuga. Hoy es uno de los delincuentes más buscados por la Interpol. Su última foto, para colmo, lo muestra barrigón y desaliñado.
Al día siguiente, tras de una lógica mala noche, quise indagar acerca de Campanita. Investigué que ella vivió frustrada porque Peter Pan jamás le hizo caso, y se sabe que hoy está en un asilo de ancianas, en silla de ruedas, con Alzheimer y con incontinencia urinaria. Quise visitarla, pero la trabajadora social que la atiende me dijo que tenía las visitas prohibidas. Su varita mágica, para colmo, fue robada hace unos años por unos asaltantes de los barrios bajos y jamás apareció.
Fui al museo de Nunca Jamás, no muy lejos de mi hotel, y afortunadamente pude ver cosas más optimistas.
Ahí estaba el garfio del capitán Garfio, muerto hace muchos años en un motín de sus piratas.
Había también un frasco lleno de polvos mágicos de Campanita, y el reloj de pulsera del capitán Garfio que tenía el cocodrilo en su estómago, aquel del tic-tac que ponía nervioso al malévolo bucanero.
Salí del museo menos deprimido, pero todavía me enfrentaría con varias sorpresas.
Supe, por ejemplo, que los nietos de Garfio habían heredado su barco pirata, y recientemente, asociados con la cadena Hilton, lo fondearon en un muelle, y ahora estaba convertido en restaurante de lujo.
Decidí cenar ahí, en donde pude ver al famoso cocodrilo del tic-tac disecado. Era enorme, y entendí por qué Garfio le tenía pavor.
Ahí pregunté por los niños perdidos, y la respuesta fue obvia: todos habían acabado mal. Varios de ellos estaban en la cárcel, y el mayor había sido un importante narcotraficante asesinado por sus cómplices.
Me contaron que Wendy ya no regresó a Nunca Jamás, pues se casó con un inglés insoportable que nunca le dio libertad para hacer su vida. Sus hermanos Michael y John eran corredores de bolsa en Londres y por sus “importantes” ocupaciones mundanas, ya habían olvidado por completo a ese lugar.
Después de la cena quise caminar por la ciudad, pero el gerente del restaurante me advirtió que no lo hiciese, pues la ciudad estaba llena de inmigrantes ilegales peligrosos. No era una buena idea.
Al día siguiente regresé a casa, pensativo y decepcionado de la vida.
Mi primera conclusión fue que había sido un error enorme haber sacado esas maravillosas vivencias infantiles del baúl de mis recuerdos, y peor aún el haberlas confrontado con la realidad.
Como sea, mi baúl está todavía repleto de hermosos recuerdos de mi infancia y juventud. He decidido dejarlos ahí para siempre, pues el tiempo y la vida en este planeta arrasan con todo, como ocurrió en el caso de mi reciente visita a ese reino mágico que tanto disfruté de niño.
Las vivencias agradables de otras épocas son magníficos tesoros que no tengo la menor intención de arriesgar.
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