Existió una vez un joven dragón dorado cuyo papel en la vida era de verdad muy importante para todos los niños del universo, sin que ellos lo supiesen o imaginasen. Su misión le fue asignada mucho antes de nacer por los Grandes Dragones del Pasado, y consistía simplemente en tener sueños agradables, razón por la que sus amorosos padres, desde su nacimiento, lo nutrían con flores de djanuba, que traían desde la lejana tierra de Xtumux.
Sus sueños agradables, a medida que se iban presentando, se convertían en inmateriales piedras que, una vez labradas, se utilizaban para construir una especial y trascendente edificación que permitía ser completamente felices a todos los pequeñajos: se llamaba la Pirámide de los Sueños.
Así, todo aquello que el joven dragón dorado soñaba, se convertía inmediatamente en sólidas rocas intangibles, las cuales eran transportadas, en cuanto se generaban, por cientos de elfos sonrientes y responsables, hasta el lugar elegido para construir la pirámide mágica ordenada por los Grandes Dragones del Pasado.
Cientos de aves, reales y fantásticas, de todos colores y plumajes, a picotazos pulían las simbólicas piedras para hacer bloques perfectos, y después las colocaban en su preciso lugar. Los duendes buenos les decían en dónde ponerlas.
A veces, algunos diablillos traviesos disfrazados de duendes, engañaban a las aves para que colocasen las piedras en lugares equivocados, generando así, en vez de sueños agradables, una que otra pesadilla aislada, pero nada grave, pues los duendes buenos, cuando se daban cuenta, las reacomodaban inmediatamente.
Millones de abejas transportaban dorada y olorosa miel al mágico lugar, y la depositaban en la superficie de las piedras, a modo de dulce y efectivo pegamento.
Muchas ranas encantadas brincaban alegremente sobre las piedras ya colocadas y enmieladas, para que éstas ensamblaran perfectamente, y así evitaban que los sueños bonitos que generaba la pirámide, se fugasen de ella sin alegrar adecuadamente la vida de todos los seres de corta edad.
Y así, mientras el joven dragón dorado soñaba y los demás trabajaban arduamente construyendo este edificio maravilloso, un coro de hadas buenas les amenizaba el trabajo con bellas melodías inspiradas en aquellos sueños convertidos en piedras maravillosas.
Gracias a todos ellos, y en particular al joven dragón dorado de este cuento, hoy la Pirámide de los Sueños está ya acabada, y a ella se debe que todas las criaturas jóvenes de nuestro universo duermen plácidamente, soñando con cosas bonitas de muchos colores y formas caprichosas, a modo de calurosa y amable bienvenida a la vida que le brindan los sabios y amables Grandes Dragones del Pasado.
viernes, 13 de junio de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)