
Se resistió hasta el final.
Soportó todo tipo de presiones, deserción de compañeros, difamaciones, llamadas telefónicas repetitivas, acoso insolente, censuras, soledad, discriminación, xenofobia y desprecio, pero finalmente cedió.
De poco le valieron su fealdad extrema, su prestigio de abominable, sus rugidos espantosos, su olor insoportable y su piel adiposa.
Finalmente tuvo que integrarse a la odiada humanidad, aceptando cirugías estéticas, comportarse bien socialmente, bañarse a diario, afeitarse, arreglarse el pelo y liberar a sus presas humanas encalabozadas.
Pero a cambio de todo lo anterior, logró su objetivo existencial, algo que siempre había anhelado: el banco accedió a extenderle una tarjeta de crédito.