martes, 7 de septiembre de 2010

La alcachofa maldita


Nació resentida con el mundo.

Pudo haber sido el efecto químico de algún fertilizante de nueva generación, o tal vez ya lo tenía en sus genes. Nunca lo sabremos.

Desde que fue cultivada y asomó a la luz del día, odió a todos: a quien la había sembrado, a sus vecinas, a quien la regaba, al sol que la nutría y calentaba, al dueño de la plantación.

Deseó en su maldad haber destruido el planeta y el universo, pero sus alcances eran pocos: tan sólo generó un leve cólico a quien la cenó acompañando a un jugoso filete de res.

Un poco de jugo gástrico eliminó en cuestión de segundos todo aquel irracional odio que, en otras condiciones, pudo haber trascendido.

Esa noche ella supo que las alcachofas realmente carecen de opciones existenciales.