viernes, 26 de diciembre de 2008
Los árboles danzantes del arroyo Atongo
Aproximadamente una vez cada cien años, cuando el dios Tepoz está de buen humor, hace transportar en su viento decenas de nubes cargadas de agua embriagada en los magueyales de Ipacaramba, y las hace llover sobre la montaña mágica que alimenta el arroyo Atongo.
Cuando estos muy especiales torrentes de agua fluyen por el frondoso valle de Tepoztlán, los duendes que habitan las riberas del arroyo salen de sus madrigueras y, con sus espléndidas flautas, dedican al dios Tepoz hermosas melodías inéditas para él compuestas.
Es tan hermosa esa música que cientos de árboles milenarios, cuyas raíces se nutren con el agua embriagada, se unen al festejo divino y bailan frenéticamente toda la noche al compás de las magníficas flautas.
Al amanecer, los duendes ya cansados regresan a sus madrigueras, y los árboles descansan extenuados, mientras el dios Tepoz, ya aletargado, se da por satisfecho por los próximos cien años.
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