lunes, 3 de mayo de 2010

Kangy


Kangy era una hermosa cangurita que habitaba el desierto semiárido de Australia. Era alegre de nacimiento, pero sobre ella pesaba una terrible maldición que la mortificaba, y, sin embargo, no permitía que esto le quitase su felicidad de vivir.

Su problema empezó cuando, saltando alegremente tras de sus amigas, sin querer pisó a un malhumorado diablillo del desierto, quien ofendido por haber sido despertado de esa manera, lanzó sobre la pequeña Kangy una terrible maldición que la hizo estéril para siempre.

Así, nuestra cangurita se resignó a nunca ser madre, lo que le generaba mucha tristeza, pero la compensaba usando su bolsa marsupial para llevar en ella flores vistosas, alegrando con eso el poco colorido desierto del centro de Australia, y también llevando a pasear en ella a los bebés ardillas y de otras especies, que disfrutaban mucho de la distinción de dar vueltas por todas partes en un lugar tan calentito y agradable como era la barriga de Kangy.

Todo esto sucedía sin que nadie, ni siquiera ella, supiese que estaba siendo observada constantemente por misteriosos ojos invisibles.

Efectivamente, Kunapipi Kunapipi, la diosa madre de todos los animales australianos, veía cómo la natural alegría de Kangy no sólo hacía felices a otros, sino que le permitía sobrellevar la tragedia de no poder tener canguritos.

Y un día, el menos pensado, Kangy se dio cuenta de que en su vientre tenía una criatura. Fue entonces, en pleno desconcierto, que se le apareció Kunapipi Kunapipi para confirmarle que, por haber sido siempre una cangurita alegre, amistosa y agradable, ella le había devuelto la fertilidad.

Cuenta una leyenda de los aborígenes Yamatji que en el árido desierto de Australia existe una hermosa y especial hembra de canguro que siempre salta feliz, llevando en su bolsa marsupial flores de mil colores, varias pequeñas ardillas sonrientes, y también a su hijo, un cangurito afortunado que asoma la cabeza cada poco tiempo para ver desde abajo a su amorosa madre, quien siempre le brinda, entre salto y salto, una mirada de mucho cariño.