viernes, 13 de agosto de 2010
La bruma
El primer sitio en donde se reportó formalmente este extraño fenómeno fue en Manhattan, aunque apareció exactamente al mismo tiempo en todo el planeta, tierra y mar.
Era una bruma completamente normal a la vista y a la respiración, tenue y discreta, pero distaba mucho de ser lo anterior.
A menos de una hora de haber sido registrada en Manhattan, se supo que era un fenómeno global, pero nadie imaginaba de qué se trataba realmente.
En el transcurso de aquella extraña mañana, miles de meteorólogos y climatólogos de todo el planeta trataron de explicar el fenómeno, pero ninguno encontró causas probables, pues la bruma apareció en todo clima y en todo lugar: ciudades, campos verdes, selvas, desiertos, mares, casquetes de hielo…
Esa tarde, ante la incertidumbre de los científicos, empezaron –como era de esperarse- los brotes sociales de pánico, y éstos crecieron enormemente cuando apareció en la Internet el resultado cualitativo de la bruma, hecho con diferentes técnicas analíticas de vanguardia: si bien parecía una simple condensación de humedad, no tenía trazas de agua, ni de ningún compuesto o elemento conocido en la Tierra.
Aquella noche fue tremenda: reaparecieron los fatalistas de siempre anunciando el fin del mundo; los sacerdotes de todas las religiones hablaron de los pecados y de la degeneración del ser humano; los hippies y grupos afines justificaron su eterna filosofía de vivir el momento, y los creyentes en los ovnis dieron rienda suelta a su fantasía.
Al amanecer del día siguiente, la bruma empezó a tomar un tono verduzco, y se pensó que ésta se estaba nutriendo de la masa vegetal de la Tierra, pero ningún análisis dio resultados que confirmaran dicha conclusión. Como sea, el fenómeno adquirió el nombre popular de la bruma verde.
Después, por la tarde del segundo día, fue desapareciendo paulatinamente, mientras que las fotos satelitales reportaban que no había ninguna reducción de las masas vegetales de la biósfera. Nadie, ni siquiera la comunidad científica, podía decir qué era lo que había pasado. Todo era absolutamente inexplicable.
Al día siguiente la bruma verde era ya un recuerdo, un evento extraño que había ocurrido y nada más, algo que no había traído consecuencias de ningún tipo.
Desde luego, ningún humano imaginó siquiera la amplia y maléfica sonrisa que -ante el total éxito de su creación- esbozó Urgatuc, el sabio y perverso duende que odiaba de siempre a la humanidad, y quien en estos últimos dos días había probado eficazmente su brumizador global, todavía sin la carga de veneno fatal que habría de lanzar a la atmósfera unos días después.
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