sábado, 1 de enero de 2011
El Año Nuevo de segunda mano
Con todo mi aprecio, dedicado a mis amigos que suelen celebrar los Años Nuevos con algarabía. Otros (pocos) somos algo escépticos al respecto.
Nadie ha sabido jamás de donde vienen los Años Nuevos, ni quien los inventa, y mucho menos lo que contienen (o van a contener).
Para dejar esto claro, digamos de una vez que ese 2011 era ni más ni menos que el 2010 disfrazado de 2011.
Durante las doce campanadas con que se cerraba el 2010 y se iniciaba el 2011, la algarabía y el licor ingerido no permitieron que la humanidad supiese que ese Año Nuevo era un verdadero fraude; que los días, las semanas y todos los eventos serían repetitivos: más de lo mismo, con pequeñas variaciones maquinadas por ese desconocido autor o inventor de los Años Nuevos a quien jamás conoceremos.
Fue hasta mediados de marzo cuando un economista del prestigiado diario Washington Post publicó un artículo en el que afirmaba que 2011 presentaba exactamente las mismas tendencias que 2010, pero nadie interpretó aquello correctamente.
Un par de semanas después, el Servicio Meteorológico de Australia indicó que el patrón de tifones de ese nuevo año sería muy parecido al del año anterior.
En abril, la Orquesta Filarmónica de Londres anunció su programa de conciertos para la temporada de verano de 2011. Muchos aficionados a la música se dieron cuenta de que era idéntico al del año anterior, y protestaron ruidosamente, habiendo olvidado que en 2010 se habían quejado por la misma razón.
En el mes de junio, la humanidad empezó a atar cabos, y quedó claro de que había un fraude sensacional alrededor del 2011. Era un año usado, un año repetido, un año de segunda mano: la humanidad había sido estafada.
Empezaron las manifestaciones de protesta, primero ante la sede de la Organización de las Naciones Unidas, por lo que su Secretario General ofreció un discurso en el que –reconociendo que efectivamente 2011 era el mismo 2010 reciclado- dejó en claro que su entidad nada tenía que ver con aquel relevante fraude.
Las multitudes ofendidas se dirigieron entonces a manifestar ante las autoridades religiosas, culpándolas de la magna e inédita estafa. El Vaticano se apresuró a aclarar que el Año Nuevo era una celebración pagana, pre-cristiana, lavándose las manos del hecho. Lo mismo hicieron las autoridades musulmanas, las budistas, las hindúes, todas.
En septiembre ya había quedado suficientemente claro que 2011 era 2010 disfrazado de 2011, y la humanidad se encontraba apesumbrada y frustrada porque no se encontraba al culpable del desaguisado.
Fue entonces que en un golpe de audacia no del todo meditada, el Vaticano decidió culpar a Zeus, el dios pagano, de haber alterado el calendario para repetir el año 2010 en lugar de generar un verdadero Año Nuevo.
Las masas enardecidas por el fraude destruyeron todas las ruinas griegas relacionadas con Zeus, dios de la justicia cósmica, y decidieron adorar en cambio a muchas deidades inferiores, sobre todo a las que la mitología señalaba como enemigas del poderoso y ahora desprestigiado dios olímpico.
La única diferencia entre 2010 y 2011 fue entonces el enorme resurgimiento del paganismo griego, en detrimento de todas las religiones contemporáneas, cuyos templos quedaron vacíos y sus finanzas exiguas.
Finalmente 2011 mostró ser en algo diferente a 2010, aunque había mucho escepticismo al respecto: podía tratase de una maniobra para calmar a las masas enardecidas.
Nunca quedó claro si esta diferencia -el regreso del paganismo- se había dirimido en el Olimpo o había sido manipulada por la ONU o el Vaticano para quitarse las presiones del caso.
Afortunadamente, al final de diciembre, llegó la Noche Vieja con sus mismas doce campanadas de siempre.
La algarabía y el licor hicieron que el fraude se olvidase, pero, en esa alegría irresponsable, nadie se percató de que 2012 era también una copia perfeccionada de 2010.
El desconocido y misterioso creador de los Años Nuevos, había ganado experiencia.
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