El escritor de cuentos que había perdido a su musa, la buscó en plena desesperación por todas partes.
Después de cierto tiempo la encontró aburrida y ofendida, escondida entre las letras del último cuento que ella había inspirado al autor.
Al preguntarle el escritor por la razón de sentirse molesta, ella respondió que el más reciente cuento no había tenido éxito, precisamente porque él había alterado algunos párrafos, y que, al hacerlo, lo destruyó por completo. Le dijo que no tenía ya la menor intención de seguirlo acompañando en sus absurdas y egoístas aventuras literarias.
La depresión de la musa era tan grande que de ella se contagió el ya fastidiado escritor. Así, ambos recargados en las letras del cuento, se miraron fijamente el uno al otro un largo rato.
Después de un par de horas, el escritor sacó de su bolsa una pequeña botella de licor para pasar el mal rato, ofreciéndosela caballerosamente a la musa, quien jamás había probado ese delicioso líquido.
La musa empezó a sentir un agradable mareo, y su depresión empezó a convertirse en risas simples y sonrisas fuera de lugar. Ambos estaban tan contentos, que el escritor decidió ir por otra botella, y por otra, y por otra.
Al cabo de la tarde, la musa y el escritor reconocieron que habían desperdiciado su vida dedicados a la literatura.
Cuentan por ahí que hay una divertida parejita en juerga permanente: él tiene tipo de intelectual, pero baila y se divierte como hombre de mundo; ella se ve feliz, despreocupada, vivaracha, como si hubiese dejado atrás una vida que no le agradaba.
Después de cierto tiempo la encontró aburrida y ofendida, escondida entre las letras del último cuento que ella había inspirado al autor.
Al preguntarle el escritor por la razón de sentirse molesta, ella respondió que el más reciente cuento no había tenido éxito, precisamente porque él había alterado algunos párrafos, y que, al hacerlo, lo destruyó por completo. Le dijo que no tenía ya la menor intención de seguirlo acompañando en sus absurdas y egoístas aventuras literarias.
La depresión de la musa era tan grande que de ella se contagió el ya fastidiado escritor. Así, ambos recargados en las letras del cuento, se miraron fijamente el uno al otro un largo rato.
Después de un par de horas, el escritor sacó de su bolsa una pequeña botella de licor para pasar el mal rato, ofreciéndosela caballerosamente a la musa, quien jamás había probado ese delicioso líquido.
La musa empezó a sentir un agradable mareo, y su depresión empezó a convertirse en risas simples y sonrisas fuera de lugar. Ambos estaban tan contentos, que el escritor decidió ir por otra botella, y por otra, y por otra.
Al cabo de la tarde, la musa y el escritor reconocieron que habían desperdiciado su vida dedicados a la literatura.
Cuentan por ahí que hay una divertida parejita en juerga permanente: él tiene tipo de intelectual, pero baila y se divierte como hombre de mundo; ella se ve feliz, despreocupada, vivaracha, como si hubiese dejado atrás una vida que no le agradaba.