Pretendiendo ver las cosas con total objetividad, siempre creí que todos los ombligos humanos eran feos, o por lo menos la gran mayoría de ellos (incluyendo el mío, desde luego).
Estos “adornos” naturales para mí no eran más que nudos improvisados hechos a la carrera por una partera o por un médico especialista cuando nacía un ser humano. Después, con el paso del tiempo, estos espantosos amarres de tripas cambiaban de apariencia, aplanándose sobre el vientre de manera circunstancial. Definitivamente –pensaba yo- se trataba de una forma natural no muy elegante de recordarnos que alguna vez fuimos seres dependientes de una madre.
Todo este argumento se vino abajo ayer, cuando tuve la oportunidad, durante un maravilloso par de horas, de observar frente a mí el hermoso ombligo de una simpática mujer.
Hoy considero que mi vida se divide en dos grandes etapas: antes y después de conocer el encantador y sensual ombligo de Miriam.
Estos “adornos” naturales para mí no eran más que nudos improvisados hechos a la carrera por una partera o por un médico especialista cuando nacía un ser humano. Después, con el paso del tiempo, estos espantosos amarres de tripas cambiaban de apariencia, aplanándose sobre el vientre de manera circunstancial. Definitivamente –pensaba yo- se trataba de una forma natural no muy elegante de recordarnos que alguna vez fuimos seres dependientes de una madre.
Todo este argumento se vino abajo ayer, cuando tuve la oportunidad, durante un maravilloso par de horas, de observar frente a mí el hermoso ombligo de una simpática mujer.
Hoy considero que mi vida se divide en dos grandes etapas: antes y después de conocer el encantador y sensual ombligo de Miriam.