sábado, 26 de abril de 2008

La sopa

Era una sopa sin currículo. No era de supermercado, ni prefabricada por una empresa multinacional.

Tampoco era una sopa tradicional, y distaba mucho de seguir la receta de la abuela.

Fue concebida de mala gana por un ama de casa harta de que su marido y sus hijos no apreciasen sus esfuerzos en la cocina.

Empezó siendo agua caliente en una olla. La Creadora arrojó en ella espinacas, berros y apio picado de hacía meses, que encontró en alguna parte oculta del frigorífico.

En un momento de distracción –una llamada telefónica de su amiga María del Pilar para contarle que la hija de Antonieta estaba embarazada sin saber de quién- le puso el doble de sal de lo debido.

La sopa salió un poco descolorida, y ella pretendió compensarlo con una extraña salsa de soja de color marrón oscuro. Nunca recordó qué cantidad de ésta había puesto.

Llegó la hora de la comida, para ella –como todos los días desde hacía años- un momento interminable de angustia y frustración. Cuando el ama de casa esperaba caras de desagrado y gestos vomitivos de su familia, quedó sorprendida del silencio y concentración con que el marido y los hijos la comieron.

Todos pidieron más sopa, y lamentablemente algunos se quedaron sin ella, pues nunca, en la vida de esa familia, alguien había pretendido repetir algún platillo. Fue un caso insólito.

El ama de casa vivió momentos de realización y gloria, pensando que por fin su gracia culinaria había trascendido. Se sentía adorada.

La infeliz mujer intentó cuarenta veces repetir aquella receta. Nunca lo logró.

La sopa jamás quiso repetir su esencia. Si las sopas riesen, aquella habría soltado carcajadas al ver a la pretendida Creadora sufrir por sus descalabros.

Era, de verdad, una sopa mal nacida.

La pretendida reivindicación de los bichos

Fue una asamblea normal, dentro de los cánones estipulados para cualquier manifestación popular notariada y legal, como nos indica la moderna democracia. Se dio el quórum pertinente. Todos los oradores dispusieron del tiempo necesario para exponer sus puntos de vista. El debate se dio. El secretario en turno –un ciempiés venenoso pero de verdad sabio- pudo levantar el acta sin mayores protestas de los asistentes.

Las arañas presentaron un frente común, defendiendo su derecho de morder a quien las molestase. Fueron muy aplaudidas, excepto por los insectos.

Los alacranes progresistas asumieron un punto de vista budista, que les permitía respetar su naturaleza venenosa sin ser criticados. Recibieron algunos silbidos de otros bicharrajos, pero conformaron una mayoría irrevocable.

Otras alimañas menos decorosas argumentaron discriminación y maltrato, pero igualmente fueron escuchadas. Las sabandijas y los gusanos panteoneros también recibieron aplausos y aprobaciones.

Hubo fricciones entre determinadas especies por problemas implícitos en la cadena alimentaria, pero la democracia finalmente resolvió todas las diferencias.

Todo iba bien, hasta que una manada de sapos irrumpió la reunión, y a lengüetazos acabó con la totalidad de los asistentes.

El duende coleccionista




Aquel amanecer, la cebra Irina despertó con las carcajadas de sus compañeras de manada. Al abrir los ojos, las vio hilarantes a su alrededor. Todas la miraban fijamente. Algo estaba mal en su apariencia. Vio su reflejo en el lago cercano y se dio cuenta del motivo de la risa…y de su enorme problema: estaba completamente blanca. Sus rayas negras se habían esfumado durante la noche.

Las risas de sus compañeras desaparecieron completamente cuando Irina les hizo un gesto adusto, pero eso no remediaba su problema: ¿en dónde estaban sus rayas? Una cebra sin rayas no era cebra.

No muy lejos de ahí, Amalia, la abeja, era expulsada de su colmena por algo semejante: las rayas amarillas de su abdomen habían desaparecido. Ahí nadie se reía: simplemente se aplicaba el reglamento de que, sin uniforme, nadie se podía presentar a trabajar. Amalia estaba desconcertada, además de estar muy molesta por tener el abdomen completamente negro.

Josefa, la jirafa, fue advertida por su hermana Marta de que los hermosos cuadros amarillos sobre fondo café de su pelo, habían desaparecido durante la noche. Las jirafas son muy solidarias, así que ahí no había sornas ni reclamos, sino preocupación generalizada. ¿Quién le había robado sus cuadros amarillos a la dulce Josefa (que era un amor de criatura)?

Un poco más allá, Claudia, la serpiente, al enroscarse para dormir, se dio cuenta de que sus hermosos anillos verdes ya no existían. Se puso frenética, e hizo sonar su cascabel de tal forma que el ruido se escuchó a una milla de distancia.

Andrés, el orgulloso leopardo de la sabana que atemorizaba con su gallarda apariencia a las gacelas del río Mocamba, quedó petrificado de horror al ver que su hermoso cuero carecía de lunares negros. Su color era de un amarillo absoluto, completamente humillante para un felino de su categoría.

En una cueva cercana, Alfi, el duende coleccionista de manchas de animales, preparaba su relleno equipaje, feliz por el éxito logrado en la sabana africana de Curumbó, mientras que su cerebro ya estaba pensando en los coloridos animales de las frondosas selvas del Asia meridional, su siguiente etapa.

El anciano tiempo

Era tan viejo como él mismo. Fue creado simultáneamente a la energía, a la materia y al espacio. Durante todos los eones de su historia, rigió puntualmente, y sin jamás dar marcha atrás, cada ínfimo momento de la vida del Universo.

Siempre fue optimista y renovador. Saneó lo imposible. Permitió olvidar lo inolvidable. Ocultó lo que debía estar oculto A cada galaxia, a cada mundo, a cada civilización, a cada especie y a cada individuo, le dio su oportunidad de acuerdo a un rígido plan preestablecido para el cual fue programado desde su nacimiento. Jamás engañó a nadie.

Pero un día se cansó de viejo. El paso del tiempo acabó por desgastar al inacabable tiempo. A pesar de su ancianidad, él siguió adelante mientras pudo...pero todo tiene un límite.

Finalmente el tiempo murió de muerte natural, de ancianidad irreversible.

La energía dejó de calentar, la materia dejó de gravitar, el espacio dejó de ser llenado. Todo en el universo sufrió una parálisis definitiva.

El Creador no tuvo tiempo de darse cuenta de su trascendente error. Su esencia supuestamente inmortal quedó igualmente congelada para siempre. Aquél fue el último de sus universos.