Era una sopa sin currículo. No era de supermercado, ni prefabricada por una empresa multinacional.
Tampoco era una sopa tradicional, y distaba mucho de seguir la receta de la abuela.
Fue concebida de mala gana por un ama de casa harta de que su marido y sus hijos no apreciasen sus esfuerzos en la cocina.
Empezó siendo agua caliente en una olla. La Creadora arrojó en ella espinacas, berros y apio picado de hacía meses, que encontró en alguna parte oculta del frigorífico.
En un momento de distracción –una llamada telefónica de su amiga María del Pilar para contarle que la hija de Antonieta estaba embarazada sin saber de quién- le puso el doble de sal de lo debido.
La sopa salió un poco descolorida, y ella pretendió compensarlo con una extraña salsa de soja de color marrón oscuro. Nunca recordó qué cantidad de ésta había puesto.
Llegó la hora de la comida, para ella –como todos los días desde hacía años- un momento interminable de angustia y frustración. Cuando el ama de casa esperaba caras de desagrado y gestos vomitivos de su familia, quedó sorprendida del silencio y concentración con que el marido y los hijos la comieron.
Todos pidieron más sopa, y lamentablemente algunos se quedaron sin ella, pues nunca, en la vida de esa familia, alguien había pretendido repetir algún platillo. Fue un caso insólito.
El ama de casa vivió momentos de realización y gloria, pensando que por fin su gracia culinaria había trascendido. Se sentía adorada.
La infeliz mujer intentó cuarenta veces repetir aquella receta. Nunca lo logró.
La sopa jamás quiso repetir su esencia. Si las sopas riesen, aquella habría soltado carcajadas al ver a la pretendida Creadora sufrir por sus descalabros.
Era, de verdad, una sopa mal nacida.
Tampoco era una sopa tradicional, y distaba mucho de seguir la receta de la abuela.
Fue concebida de mala gana por un ama de casa harta de que su marido y sus hijos no apreciasen sus esfuerzos en la cocina.
Empezó siendo agua caliente en una olla. La Creadora arrojó en ella espinacas, berros y apio picado de hacía meses, que encontró en alguna parte oculta del frigorífico.
En un momento de distracción –una llamada telefónica de su amiga María del Pilar para contarle que la hija de Antonieta estaba embarazada sin saber de quién- le puso el doble de sal de lo debido.
La sopa salió un poco descolorida, y ella pretendió compensarlo con una extraña salsa de soja de color marrón oscuro. Nunca recordó qué cantidad de ésta había puesto.
Llegó la hora de la comida, para ella –como todos los días desde hacía años- un momento interminable de angustia y frustración. Cuando el ama de casa esperaba caras de desagrado y gestos vomitivos de su familia, quedó sorprendida del silencio y concentración con que el marido y los hijos la comieron.
Todos pidieron más sopa, y lamentablemente algunos se quedaron sin ella, pues nunca, en la vida de esa familia, alguien había pretendido repetir algún platillo. Fue un caso insólito.
El ama de casa vivió momentos de realización y gloria, pensando que por fin su gracia culinaria había trascendido. Se sentía adorada.
La infeliz mujer intentó cuarenta veces repetir aquella receta. Nunca lo logró.
La sopa jamás quiso repetir su esencia. Si las sopas riesen, aquella habría soltado carcajadas al ver a la pretendida Creadora sufrir por sus descalabros.
Era, de verdad, una sopa mal nacida.