lunes, 6 de junio de 2011
La aldea inédita
Uno tras otro, todos fueron presentándose sobre su escritorio.
La mayoría de ellos lucían sus mejores galas; otros venían pintados como payasos; o con cara triste y lágrimas dibujadas sobre su cara. Lo importante era causar la mejor impresión.
Todos venían de muy buen humor, más allá de sus vestimentas o disfraces, pues sabían que de alguna manera era para ellos la gran oportunidad de trascender en la literatura fantástica, algo que siempre habían anhelado, pero que jamás habían imaginado que sucediera.
Tras de mostrarse sobre el escritorio y de ser entrevistados, unos lograron papeles estelares, fuera como buenos o fuera como villanos; otros lograron ser personajes de comparsa; algunos –los más atléticos- fueron contratados como dobles; y los demás quedaron como simples extras.
Como sea, ninguno se sintió mal con el papel asignado, porque sabían que pertenecían a una aldea de duendes inédita, o sea, un lugar maravilloso que ningún escritor de fantasía había jamás imaginado, y que, por lo tanto, no existía.
Al acabar la sesión de selección de personajes, Juancelo, el duende principal, tomó la palabra a nombre de todos sus paisanos y compañeros:
“Señor Escritor: no sabe lo agradecidos que estamos con Usted por habernos imaginado. La vida de los duendes, sin un escritor que nos imagine y apadrine, es lamentable. Trabajamos duro, día tras día toda la vida; contraemos nupcias; tenemos hijos; los criamos con esmero. Pero si ningún escritor nos imagina, la realidad es que no existimos para nadie, ni siquiera para nosotros mismos.
Es por esto que mis compañeros y yo hemos decidido poner en la plaza principal de nuestra aldea, una estatua dedicada a Usted, prometiéndole que, en cuanto empiece a redactar su cuento acerca de nosotros, seremos los mejores personajes que Usted haya podido imaginar. No lo haremos quedar mal.”
Acto seguido, el conmovido autor de cuentos fantásticos echó mano de su lápiz y cuaderno, y generó la más bella saga de duendes que hasta la fecha ha existido.
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