viernes, 28 de mayo de 2010

El baúl de las cosas inútiles


Benadir gastaba todo su dinero y su tiempo coleccionando cosas inútiles que guardaba orgulloso en un viejo baúl que había heredado de su abuelo, de quien se decía que había muerto completamente loco en un manicomio en su pueblo natal.

Sus amigos y parientes le decían que no fuese tan tonto, que lo que coleccionaba no tenía ningún valor, que estaba desperdiciando sus ahorros y su juventud en cosas absurdas que jamás le darían beneficio alguno.

Pero Benadir no escuchaba aquellas voces disuasivas, y en cambio seguía adelante con su extraña obsesión.

Fue así que logró tener en su baúl un perfume erótico para dinosaurias fósiles; afiladas manecillas para los relojes de arena; anticonceptivos para las mulas; una alarma para despertar cadáveres; un barniz para engalanar cuernos de los extintos unicornios; herraduras para los dragones domesticados; teclados de piano para elefantes virtuosos; un dentífrico para osos hormigueros desdentados; pantuflas para los fines de semana de las lombrices de tierra; ventiladores para las medusas acaloradas en el fondo del mar; engrudo para resanar las fracturas que pudiesen formarse en el aire; y muchas otras cosas absurdas.

Benadir era, por lo tanto, la burla de todos, hasta que, del otro lado de la galaxia, se dio la gran batalla entre el portentoso Exjabenep y la raza de los Asacurian. Esa lid fue tan relevante y tremenda, que finalmente la estrella Altarzana fue destruida por los proyectiles de ambos bandos.

La inconmesurable explosión de aquel enorme y lejano astro lanzó al universo miles de millones de partículas iota, además de romper el equilibrio gravitacional de toda la galaxia.

El planeta Tierra, en el otro extremo del universo, sufrió muy pocos cambios por aquella lejana influencia, excepto por el hecho de que los dinosaurios fósiles volvieron a la vida, y aquella hermosa hembra logró atraer a su pareja desde la lejanía, con un perfume erótico que había en el viejo baúl, gracias a lo cual renació su especie desparecida hacía cincuenta millones de años; excepto porque los relojes de arena empezaron a medir el tiempo con manecillas para el mejor entendimiento de los habitantes del mundo, cuando la arena se volvió caprichosa e inexacta; excepto porque los cadáveres de varias generaciones despertaron todos al unísono de una extraña alarma, para así alegrar a sus parientes que los extrañaban; excepto porque las estériles y afectivas mulas pudieron por fin tener tiernas y amorosas criaturas que les endulzaron la vida; excepto porque el mundo se llenó de bellos unicornios que lucían orgullosos sus cuernos barnizados de muchos colores; excepto porque los dragones domesticados por el hombre pudieron galopar sobre el piso gracias a sus cómodos herrajes; excepto porque los geniales elefantes demostraron un enorme talento tocando hermosas sinfonías de Rachmaninoff en piano, a pesar de sus torpes patas; excepto porque los antes desdentados osos hormigueros pudieron tener buen aliento gracias a la higiene bucal que les propició un extraño dentífrico que apareció en el baúl; excepto porque las lombrices de tierra con patas pudieron descansar los fines de semana en su túnel subterráneo, usando cómodas pantuflas; excepto porque las acaloradas medusas del fondo del mar pasaron veranos frescos y agradables, gracias a extraños ventiladores salidos de la nada: y excepto porque Mariana, la niña ecologista, pudo por fin, con un mágico engrudo, resanar las fracturas que presentaba el enrarecido aire en su pueblo natal.

Benadir supo entonces que su abuelo no estaba nada loco, y que aquel baúl y aquella extraña obsesión que poseía en sus genes por coleccionar cosas inútiles, eran todas parte de un magno plan universal para salvar al planeta Tierra.

El resto de la gente jamás se dio por enterada de nada de lo ocurrido.