lunes, 9 de noviembre de 2009

La empresa afectiva


Cuando los socios se reunieron para aportar el capital ante el notario, ninguno de ellos podía imaginar que la empresa que en ese momento se gestaba formalmente, se conformaría en un ser vivo inimaginable.

Una vez que quedó firmada el acta constitutiva y se asignaron los correspondientes poderes, ella sintió que cobraba vida.

Como ente maduro plasmado en un acta notarial, esperó unos días a que el consejo de administración se reuniese para definir la misión, la visión, los valores, los objetivos y las políticas.

Es cierto que ella intervino con su abstracta influencia en la conformación de todo lo anterior. Así, algunos consejeros, completamente extrañados de las imposiciones de otros, protestaron por algunos conceptos, pero finalmente la minuta fue firmada sin objeciones. Todos ellos salieron de la reunión sorprendentemente satisfechos y con gran aprecio a sus compañeros. El cierre de la junta fue efusivo y cordial.

Entre los extraños valores aprobados, la empresa quedó definida como un ente afectivo, algo inédito en el mundo de los negocios.

Al día siguiente iniciaron las contrataciones de los empleados.

Desde la entrevista inicial, quienes pretendían un puesto laboral sintieron algo extraño: las entrevistas eran cálidas y emotivas.

Los recién contratados llegaron llenos de expectativas a su nuevo empleo, y hallaron mucho más de lo que esperaban. Se les capacitó adecuadamente en sus responsabilidades, pero se les hizo mucho hincapié en estimar a sus compañeros por encima de cualquier cosa.

Pasaban los días, y no solamente se conformaron excelentes equipos de trabajo, sino mucho más que eso: todos los empleados se aceptaban unos a otros como hermanos, como seres queridos, como de la misma familia. Adoraban a la empresa, su nombre, sus objetivos, su esencia.

Así, todas las tardes, a la hora de ir a casa, los empleados lloraban desconsolados su despedida hasta el día siguiente.

Poco después, un grupo solicitó a la Dirección General poder pernoctar permanentemente en el patio principal del edificio.

La afluencia de tiendas de campaña que apareció fue tan grande, casi total, que la empresa optó por construir dormitorios y baños junto a las oficinas.

Entre otras cosas nuevas, para abaratar de alguna manera la vida a sus empleados, la Dirección General puso ahí mismo una oficina con abogados para tramitar sus divorcios. La mayor parte de ellos, una vez separados legalmente de sus familias exteriores, hizo un gran ritual de adopción de la Madre Empresa y de Gran Hermandad con todos los demás compañeros.

Los accionistas de la empresa igualmente abandonaron a sus familias exteriores y se unieron a la Gran Hermandad.

Y una vez que cientos de empleados y accionistas radicaban permanentemente en el interior del enorme edificio, surgió la verdadera personalidad de la empresa: en realidad se trataba de un monstruo devorador de gente. Cerró herméticamente todas las puertas y ventanas, eliminó toda la comunicación con el exterior, y se dedicó a devorarlos uno a uno.

Una vez hecho lo anterior, la empresa se declaró en quiebra y desapareció para siempre.