miércoles, 5 de enero de 2011

El brindis


“¡Claro que me gustan los muslos de duende! Es sólo que a veces resultan un poco correosos”.

“No si los pones a remojar en vinagre recién sacrificados.”

“Bah: prefiero mil veces las rebanadas de hada. Son muy tiernas y tienen un excelente sabor”.

“De acuerdo: a mí también me gusta comer hada, pero ya casi no existen. Son tan raras y caras como la carne de unicornio”.

“Y hablando de filetes de unicornio: ten cuidado, porque en el mercado negro venden carne de hombre lobo diciendo que es de ese equino monocornúpeta casi desaparecido”.

“Así es esto: lo bueno escasea. Recuerdo cuando había dragones. Eran deliciosos al mojo de ajo. Lamentablemente se agotaron por la voracidad de los restauranteros. Después intentaron establecer granjas de cría, pero esas bestias, cuando se criaban en cautiverio, sabían amargas. Fue un fracaso aquel proyecto”.

“Tengo por aquí una lata de diablillos de caverna en aceite de oliva. ¿Qué te parece si la abrimos antes de sentarnos a comer? Son deliciosos, ¡y afrodisíacos!”

“Me parece bien para abrir el apetito antes del estofado de cíclope al vino tinto que tu mujer preparara deliciosamente. ¡Con lo caros que están!”

“Bueno: y cuando acabemos de comer, iremos a cazar zombies cerca del cementerio. ¿Te parece?”

“Me haces recordar cuando salíamos de noche a cazar vampiros. Eso sí era divertido, pero nunca como aquella noche en que acabamos con casi todas las suegras del mundo”.

“Sí, pero no me lo recuerdes: eran indigeribles. ¡Qué carne tan horrorosa! Era divertido matarlas, pero comérselas era terrible. Eran casi un castigo de Dios. Afortunadamente las exterminamos a palos”.

“Pues bien: llegó la hora del brindis. Hagámoslo por la humanidad, por nuestra especie tan sana y benévola. Brindemos por nuestra descendencia, a la que hemos liberado de tantas odiosas criaturas fantásticas que no necesitamos en nuestro entorno”.

“¡Salud, amigo!”

“¡Salud, compañero!”