Ni siquiera el imaginativo Olimpo griego fue capaz de concebir la existencia de una diosa del afecto.
La pequeña Korin Pena absorbía todo el amor y el cariño de humanos y animales de aquella prodigiosa selva con sus innumerables ríos y lagos, y los regresaba a todos ellos cargados de dulce magia amorosa.
Y cuando todos en nuestra aldea pensábamos que todo el amor del mundo había sido ya repartido, Korin Pena nos demostraba que aún tenía mucho afecto con qué cautivarnos.