miércoles, 13 de mayo de 2009

Cosas de mozuelos


Se había convertido en el juego favorito de los niños ricos de Unctabi. El asunto era disponer de una nave rápida y destructiva, capaz de atravesar la galaxia en poco tiempo y de desintegrar planetas con pocos disparos.

Por un simple planeta deshabitado que se destruyese, se les otorgaban 3 puntos. Si éste albergaba alguna forma de vida, eran 20 puntos. Y si en él existía vida inteligente, el premio por desintegrarlo era de 50 puntos.

Si bien los conservacionistas conscientes de Unctabi no estaban de acuerdo con esa destructiva afición que crecía cada día, las leyes no sancionaban lo que ocurría fuera de aquel sistema bisolar, así que los jovenzuelos no estaban sujetos a sanciones de ningún tipo, además de que eran vistos como ídolos de las multitudes.

Un día, la poderosa nave de Ruxcaniut encontró un planeta hermoso de color azul, blanco y verde, ¡verde!, y que además mostraba señales inequívocas de albergar a una civilización primitiva.

Rápidamente, antes de que otro rival lo descubriese, afinó sus instrumentos, y ¡zas!, el planeta Tierra se convirtió en millones de rocas que volaron por todas partes.

Ruxcaniut no tenía forma de saberlo, pero apenas se había adelantado unos cuantos años a lo que habría sido la Gran Guerra Terrestre, que habría hecho casi lo mismo con ese desahuciado mundo.

Como sea, después de arduas discusiones, se le acreditaron sus 50 puntos, aunque algunos jueces pensaron en otorgarle tan sólo 20.