martes, 20 de octubre de 2009

El rayo de sol arrepentido



Nació en la fotosfera de aquel estupendo alrededor del cual gravitaban tantos planetas. Se sintió orgulloso de ser elegido para formar parte de la corona solar, y particularmente de aquella gigantesca tormenta que hizo historia, y de la cual fue despedido a gran velocidad junto con muchos millones de fotones que la conformaban.

Acompañó a los protones del viento solar hacia el exterior del que alguna vez fue su mundo. Dejó atrás a Mercurio, del cual pasó muy cerca.

Soñaba con llegar a Plutón, y calentar un poquitín su helada superficie. Pero eso era poco probable: la gran mayoría de los rayos solares no tocaban en su trayectoria a ningún astro, y se perdían inútilmente en las vastedades del frío universo infinito.

Habían transcurrido ya unos ocho minutos desde que había sido expelido del sol, cuando se dio cuenta que en su trayectoria directa estaba la Tierra, un extraño planeta multicolor.

Un compañero de viaje le hizo saber que en ese astro, los rayos de sol tenían diferentes e importantes funciones que cumplir.

A algunos les tocaba generar luminosidad, lo que era muy importante, porque había muchísimos animales que la requerían.

Otros cumplían con la relevante función de la llamada fotosíntesis, gracias a la cual una gran parte del planeta adquiría el color verde.

Algunos más calentaban el agua, y la convertían en nubes que regaban el campo para el bien de los habitantes de la Tierra.

Otros eran convertidos en energía eléctrica, que permitía que algunos habitantes de ese planeta escuchasen música agradable.

Nuestro fotón estaba ilusionadísimo con esas expectativas, y más cuando su compañero de vieja le hizo ver que probablemente caerían en Cancún, en una playa en donde los rayos de sol eran muy apreciados por los turistas, que deseaban recibirlos sobre sus espaldas para regresar a sus lugares de origen luciendo una atractiva piel bronceada.

Y así fue: cayó exactamente en el hombro de una nena alemana de piel muy blanca, de cinco o seis años, cuya madre había olvidado en el hotel algo que los humanos llamaban protector solar.

No fue el único culpable de las terribles quemaduras en la delicada piel de aquella tierna criatura, pero fue quien más se arrepintió de haber salido del sol en aquella maldita circunstancia.

Antes de desvanecer completamente su ya escasa energía, consideró con humildad que hubiese preferido perderse inútilmente en las vastedades del frío universo infinito.

Se extinguió con tristeza, mientras escuchaba los lamentos con lágrimas de dolor de aquella pequeña criatura inocente.