Después de pasar muchos días sentado frente al teclado sin escribir algo que valiese la pena leer, el hasta entonces exitoso escritor concluyó que su musa lo había abandonado, y temía que fuese para siempre. Intentó escribir sin ella, pero sólo creaba personajes sin razón de ser, historias sin argumento, cuentos sin gracia y tramas absurdas que harían bostezar a cualquiera.
Se dio cuenta de que debía salir a investigar qué había pasado con su musa, si se había marchado con otro, si estaba de vacaciones o si simplemente había abandonado sus responsabilidades.
¿Por dónde se inicia la búsqueda de una musa desaparecida?
El escritor no encontró más remedio que preguntarle al teclado. Éste le dijo que no sabía en dónde estaba, pero que, en efecto, hacía tiempo que no disfrutaba del toque mágico de sus dedos sobre sus teclas. Le sugirió preguntarle a la impresora.
La impresora reconoció que recientemente sólo había impreso cuentos sin sabor ni gusto, lo que jamás sucedía cuando la musa estaba presente. Le sugirió preguntarle al papel.
El papel estaba disgustado, pues de unos días a la fecha solamente había contenido historias absurdas y aburridas, pero no tenía idea de dónde podía estar la musa. Le sugirió preguntarle a la tinta.
La tinta estaba triste, pues se estaba acabando y de ella no salía nada interesante los últimos días. Tampoco imaginaba en dónde podía estar la musa, por lo que sugirió al escritor buscarla en alguno de los párrafos.
Los párrafos recordaban haberla visto recientemente, y le dijeron que estaba deprimida, triste, con pocas ganas de generar inspiración. Sugirieron al escritor preguntarle a las palabras.
Las palabras sí sabían en dónde estaba la musa, pero reconocieron que la estaban ocultando bajo un disfraz, pues ella estaba muy molesta con el escritor, pues él jamás reconocía que quien realmente creaba aquellos inspirados cuentos era ella, siendo el escritor un mero instrumento que presumía todo sin hacer nada. Por eso la musa había decidido esconderse y dejarlo solo, para ver si así se daba cuenta de lo injusto que estaba siendo.
Con esa información, el escritor –ahora convertido en detective- buscó con lupa entre las letras. Después de un par de horas de búsqueda, encontró a su MUSA disfrazada de SUMA en un discreto párrafo que hablaba de operaciones aritméticas.
Una vez descubierta, se disculpó con ella y la abrazó un rato largo.
Inmediatamente regresó al teclado y escribió la historia de un escritor inmodesto que había ofendido a su musa al extremo de obligar a ésta a esconderse de él disfrazada de operación aritmética.
Se dio cuenta de que debía salir a investigar qué había pasado con su musa, si se había marchado con otro, si estaba de vacaciones o si simplemente había abandonado sus responsabilidades.
¿Por dónde se inicia la búsqueda de una musa desaparecida?
El escritor no encontró más remedio que preguntarle al teclado. Éste le dijo que no sabía en dónde estaba, pero que, en efecto, hacía tiempo que no disfrutaba del toque mágico de sus dedos sobre sus teclas. Le sugirió preguntarle a la impresora.
La impresora reconoció que recientemente sólo había impreso cuentos sin sabor ni gusto, lo que jamás sucedía cuando la musa estaba presente. Le sugirió preguntarle al papel.
El papel estaba disgustado, pues de unos días a la fecha solamente había contenido historias absurdas y aburridas, pero no tenía idea de dónde podía estar la musa. Le sugirió preguntarle a la tinta.
La tinta estaba triste, pues se estaba acabando y de ella no salía nada interesante los últimos días. Tampoco imaginaba en dónde podía estar la musa, por lo que sugirió al escritor buscarla en alguno de los párrafos.
Los párrafos recordaban haberla visto recientemente, y le dijeron que estaba deprimida, triste, con pocas ganas de generar inspiración. Sugirieron al escritor preguntarle a las palabras.
Las palabras sí sabían en dónde estaba la musa, pero reconocieron que la estaban ocultando bajo un disfraz, pues ella estaba muy molesta con el escritor, pues él jamás reconocía que quien realmente creaba aquellos inspirados cuentos era ella, siendo el escritor un mero instrumento que presumía todo sin hacer nada. Por eso la musa había decidido esconderse y dejarlo solo, para ver si así se daba cuenta de lo injusto que estaba siendo.
Con esa información, el escritor –ahora convertido en detective- buscó con lupa entre las letras. Después de un par de horas de búsqueda, encontró a su MUSA disfrazada de SUMA en un discreto párrafo que hablaba de operaciones aritméticas.
Una vez descubierta, se disculpó con ella y la abrazó un rato largo.
Inmediatamente regresó al teclado y escribió la historia de un escritor inmodesto que había ofendido a su musa al extremo de obligar a ésta a esconderse de él disfrazada de operación aritmética.