jueves, 20 de mayo de 2010
Viviendo en el error
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, se reunieron en la vieja cabaña del bosque los cuatro protagonistas del cuento de La Caperucita Roja y el Lobo.
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, la Caperucita Roja llevó su canasta llena de galletitas para que los cuatro las disfrutasen después del café.
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, después del café, el leñador leyó en voz alta el cuento de La Caperucita Roja y el Lobo.
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, los cuatro protagonistas del cuento bostezaron aburridos.
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, la Caperucita Roja narró a sus tres amigos cómo se pasaba la semana entera en Hollywood tratando sin éxito de convencer a los directores de cine que escribiesen una película sobre ese bellísimo cuento.
Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, los cuatro personajes reconocieron que el público infantil moderno ya no leía La Caperucita y el Lobo, embelesado por las películas de Pokemon, Batman y el Hombre Araña. Su cuento ya estaba demasiado leído y contado.
Fue entonces que el leñador del cuento tuvo una gran idea:
“¿Por qué no reeditamos nuestro cuento cambiándonos todos de personaje?”
Los cuatro personajes aplaudieron emocionados la idea, y procedieron a sortear los papeles del cuento.
A la Caperucita Roja le tocó hacer el papel de leñador, así que se quitó su caperuza, se puso la chaqueta a cuadros del cazador, y se llevó el hacha al hombro.
Al lobo le tocó el papel de Caperucita Roja. Se puso la caperuza roja de la niña, y si bien pensó en depilarse las piernas y pintarse las garras, después recapacitó.
Al leñador le toco el papel de la abuela. Se impregnó el pelo con harina y utilizó el bastón de aquella.
A la abuela le tocó el papel del lobo. Hacía más de ochenta años que no gateaba, pero no le salía tan mal. Intentó aullar, pero le salió un ruido horrible de la garganta y se olvidó del asunto.
Así nació la segunda versión del cuento:
Caperucita Roja (o sea, el lobo) salió de su casa muy contenta, llevando una canasta con galletas. De repente, de atrás de un árbol, salió el lobo (o sea, la abuela a gatas).
El lobo (o sea, la abuela) preguntó a Caperucita Roja (o sea, al lobo), que hacia dónde iba tan contenta aquella mañana llevando una hermosa canasta llena de galletas.
Caperucita Roja (o sea, el lobo) dijo que le llevaba esas galletas a su abuela (o sea, al leñador) porque ella estaba algo enferma, y tenía ya cierto tiempo sin verla.
Se despidieron, y entonces el lobo (o sea, la abuela) quiso salir corriendo a casa de la abuela (o sea, el leñador) para devorarla, pero fue entonces que la abuela (disfrazada de lobo) se dio cuenta de que a gatas no iba a llegar a tiempo a comerse a la abuela (o sea, al leñador). Además, de tanto gatear en la primera parte de la historia, ya estaba completamente adolorida, así que abandonó el cuento momentáneamente y se echó a dormir en el pasto, bajo la plácida sombra de un viejo roble.
Mientras tanto, Caperucita Roja (o sea, el lobo) siguió feliz su camino hacia la cabaña de la abuela (o sea, del leñador). Cuando ya estaba afuera de la cabaña, se dio cuenta de que el lobo (o sea, la abuela) no había llegado aún. Le extrañó, pero tocó la puerta sin saber lo que estaba pasando.
En eso llegó el leñador (o sea, Caperucita Roja con el hacha al hombro) y se sintió desubicado, pues su presencia cerca de la cabaña sin haber un lobo queriendo devorar a la anciana no venía al caso y se veía sospechoso, acrecentando los acertados rumores de que era el amante de la abuela.
Mientras tanto, la desconcertada abuela (o sea, el leñador con el pelo lleno de harina) viendo que no llegaba el lobo (o sea, la abuela a gatas), saltó de la cama preguntándose qué pasaba en esa nueva versión del cuento.
Encontró fuera de la cabaña a la Caperucita Roja (o sea, al lobo) y al leñador (o sea, Caperucita Roja) besándose de manera apasionada, mientras esperaban a que llegase el lobo (o sea, la abuela) a comerse a la abuela (o sea, al leñador), para seguir fielmente con el libreto del cuento.
Decidieron los tres esperar un rato, pero el lobo (o sea, la abuela) nunca llegó, pues las reumas de la anciana, por dormir en el pasto húmedo, la tenían completamente inmovilizada a varios kilómetros de distancia.
Mientras tanto, agazapado tras de la maleza cercana a la cabaña, un director de cine observaba el extraño comportamiento de los clásicos personajes, muerto de la risa, mientras decenas de cámaras ocultas filmaban al detalle todo lo que ocurría en aquel bosque.
Un año después, las marquesinas de Hollywood anunciaban la premiere de su nuevo gran éxito cinematográfico: el Reality Show de la Caperucita Roja y el Lobo, que arrasó con la taquilla de las películas de Pokemon, Batman y el Hombre Araña.
Los cuatro personajes del cuento siguieron cenando cada viernes, pero en vez de hacerlo en la cabaña del bosque, ahora lo hacían en la mansión hollywoodense de la sensual Caperucita Roja, y en vez de comer galletas después del café, degustaban caviar mientras brindaban con el champaña Veuve Clicquot.
La abuela sobrevivió a los dolorosos reumas aspirando mágicos polvos blancos.
Ninguno de los cuatro personajes se acordó jamás de volver a leer el cuento original.
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