domingo, 30 de mayo de 2010

La solución mágica a todas las cosas


Emir estudió para mago en la Universidad Gottenheim, como cientos de estudiantes de su promoción.

Estuvo muy lejos de ser un buen estudiante, porque tenía serios problemas de concentración.

Sus compañeros memorizaban brebajes, conjuros, hechizos, exorcismos, encantamientos y toda clase de sutilezas en las que aquella excelsa universidad se especializaba.

Emir simplemente observaba, ante la desesperación de sus maestros y la burla de sus avezados compañeros.

Nadie entendía que el genial Emir buscaba el brebaje de los brebajes; el conjuro de los conjuros; la solución mágica a todos los problemas del mundo.

Emir fue expulsado de la universidad por su bajo rendimiento.

Un par de años después, se supo de un mago oculto que poseía la sabiduría universal, que con una sola palabra podía estremecer el universo, que dominaba todas las técnicas de la magia blanca y negra; que era capaz de controlar todo desde su lugar de residencia.

El mundo de los magos y hechiceros se horrorizó temeroso ante esos terribles rumores.

Emir, a sus escasos veinte años, había decidido ser feliz y no complicarse su vida ni la existencia ajena: con un pequeño movimiento de su varita mágica, resolvió todos los problemas de la Tierra, y se dedicó de tiempo completo a ver los partidos del Campeonato Mundial de Futbol.

El resto de los impotentes y mediocres magos y hechiceros del planeta murió de la envidia.

viernes, 28 de mayo de 2010

El baúl de las cosas inútiles


Benadir gastaba todo su dinero y su tiempo coleccionando cosas inútiles que guardaba orgulloso en un viejo baúl que había heredado de su abuelo, de quien se decía que había muerto completamente loco en un manicomio en su pueblo natal.

Sus amigos y parientes le decían que no fuese tan tonto, que lo que coleccionaba no tenía ningún valor, que estaba desperdiciando sus ahorros y su juventud en cosas absurdas que jamás le darían beneficio alguno.

Pero Benadir no escuchaba aquellas voces disuasivas, y en cambio seguía adelante con su extraña obsesión.

Fue así que logró tener en su baúl un perfume erótico para dinosaurias fósiles; afiladas manecillas para los relojes de arena; anticonceptivos para las mulas; una alarma para despertar cadáveres; un barniz para engalanar cuernos de los extintos unicornios; herraduras para los dragones domesticados; teclados de piano para elefantes virtuosos; un dentífrico para osos hormigueros desdentados; pantuflas para los fines de semana de las lombrices de tierra; ventiladores para las medusas acaloradas en el fondo del mar; engrudo para resanar las fracturas que pudiesen formarse en el aire; y muchas otras cosas absurdas.

Benadir era, por lo tanto, la burla de todos, hasta que, del otro lado de la galaxia, se dio la gran batalla entre el portentoso Exjabenep y la raza de los Asacurian. Esa lid fue tan relevante y tremenda, que finalmente la estrella Altarzana fue destruida por los proyectiles de ambos bandos.

La inconmesurable explosión de aquel enorme y lejano astro lanzó al universo miles de millones de partículas iota, además de romper el equilibrio gravitacional de toda la galaxia.

El planeta Tierra, en el otro extremo del universo, sufrió muy pocos cambios por aquella lejana influencia, excepto por el hecho de que los dinosaurios fósiles volvieron a la vida, y aquella hermosa hembra logró atraer a su pareja desde la lejanía, con un perfume erótico que había en el viejo baúl, gracias a lo cual renació su especie desparecida hacía cincuenta millones de años; excepto porque los relojes de arena empezaron a medir el tiempo con manecillas para el mejor entendimiento de los habitantes del mundo, cuando la arena se volvió caprichosa e inexacta; excepto porque los cadáveres de varias generaciones despertaron todos al unísono de una extraña alarma, para así alegrar a sus parientes que los extrañaban; excepto porque las estériles y afectivas mulas pudieron por fin tener tiernas y amorosas criaturas que les endulzaron la vida; excepto porque el mundo se llenó de bellos unicornios que lucían orgullosos sus cuernos barnizados de muchos colores; excepto porque los dragones domesticados por el hombre pudieron galopar sobre el piso gracias a sus cómodos herrajes; excepto porque los geniales elefantes demostraron un enorme talento tocando hermosas sinfonías de Rachmaninoff en piano, a pesar de sus torpes patas; excepto porque los antes desdentados osos hormigueros pudieron tener buen aliento gracias a la higiene bucal que les propició un extraño dentífrico que apareció en el baúl; excepto porque las lombrices de tierra con patas pudieron descansar los fines de semana en su túnel subterráneo, usando cómodas pantuflas; excepto porque las acaloradas medusas del fondo del mar pasaron veranos frescos y agradables, gracias a extraños ventiladores salidos de la nada: y excepto porque Mariana, la niña ecologista, pudo por fin, con un mágico engrudo, resanar las fracturas que presentaba el enrarecido aire en su pueblo natal.

Benadir supo entonces que su abuelo no estaba nada loco, y que aquel baúl y aquella extraña obsesión que poseía en sus genes por coleccionar cosas inútiles, eran todas parte de un magno plan universal para salvar al planeta Tierra.

El resto de la gente jamás se dio por enterada de nada de lo ocurrido.

jueves, 20 de mayo de 2010

Viviendo en el error



Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, se reunieron en la vieja cabaña del bosque los cuatro protagonistas del cuento de La Caperucita Roja y el Lobo.

Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, la Caperucita Roja llevó su canasta llena de galletitas para que los cuatro las disfrutasen después del café.

Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, después del café, el leñador leyó en voz alta el cuento de La Caperucita Roja y el Lobo.

Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, los cuatro protagonistas del cuento bostezaron aburridos.

Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, la Caperucita Roja narró a sus tres amigos cómo se pasaba la semana entera en Hollywood tratando sin éxito de convencer a los directores de cine que escribiesen una película sobre ese bellísimo cuento.

Una vez más, como todos los viernes desde hacía más de trescientos años, los cuatro personajes reconocieron que el público infantil moderno ya no leía La Caperucita y el Lobo, embelesado por las películas de Pokemon, Batman y el Hombre Araña. Su cuento ya estaba demasiado leído y contado.

Fue entonces que el leñador del cuento tuvo una gran idea:

“¿Por qué no reeditamos nuestro cuento cambiándonos todos de personaje?”

Los cuatro personajes aplaudieron emocionados la idea, y procedieron a sortear los papeles del cuento.

A la Caperucita Roja le tocó hacer el papel de leñador, así que se quitó su caperuza, se puso la chaqueta a cuadros del cazador, y se llevó el hacha al hombro.

Al lobo le tocó el papel de Caperucita Roja. Se puso la caperuza roja de la niña, y si bien pensó en depilarse las piernas y pintarse las garras, después recapacitó.

Al leñador le toco el papel de la abuela. Se impregnó el pelo con harina y utilizó el bastón de aquella.

A la abuela le tocó el papel del lobo. Hacía más de ochenta años que no gateaba, pero no le salía tan mal. Intentó aullar, pero le salió un ruido horrible de la garganta y se olvidó del asunto.

Así nació la segunda versión del cuento:

Caperucita Roja (o sea, el lobo) salió de su casa muy contenta, llevando una canasta con galletas. De repente, de atrás de un árbol, salió el lobo (o sea, la abuela a gatas).

El lobo (o sea, la abuela) preguntó a Caperucita Roja (o sea, al lobo), que hacia dónde iba tan contenta aquella mañana llevando una hermosa canasta llena de galletas.

Caperucita Roja (o sea, el lobo) dijo que le llevaba esas galletas a su abuela (o sea, al leñador) porque ella estaba algo enferma, y tenía ya cierto tiempo sin verla.

Se despidieron, y entonces el lobo (o sea, la abuela) quiso salir corriendo a casa de la abuela (o sea, el leñador) para devorarla, pero fue entonces que la abuela (disfrazada de lobo) se dio cuenta de que a gatas no iba a llegar a tiempo a comerse a la abuela (o sea, al leñador). Además, de tanto gatear en la primera parte de la historia, ya estaba completamente adolorida, así que abandonó el cuento momentáneamente y se echó a dormir en el pasto, bajo la plácida sombra de un viejo roble.

Mientras tanto, Caperucita Roja (o sea, el lobo) siguió feliz su camino hacia la cabaña de la abuela (o sea, del leñador). Cuando ya estaba afuera de la cabaña, se dio cuenta de que el lobo (o sea, la abuela) no había llegado aún. Le extrañó, pero tocó la puerta sin saber lo que estaba pasando.

En eso llegó el leñador (o sea, Caperucita Roja con el hacha al hombro) y se sintió desubicado, pues su presencia cerca de la cabaña sin haber un lobo queriendo devorar a la anciana no venía al caso y se veía sospechoso, acrecentando los acertados rumores de que era el amante de la abuela.

Mientras tanto, la desconcertada abuela (o sea, el leñador con el pelo lleno de harina) viendo que no llegaba el lobo (o sea, la abuela a gatas), saltó de la cama preguntándose qué pasaba en esa nueva versión del cuento.

Encontró fuera de la cabaña a la Caperucita Roja (o sea, al lobo) y al leñador (o sea, Caperucita Roja) besándose de manera apasionada, mientras esperaban a que llegase el lobo (o sea, la abuela) a comerse a la abuela (o sea, al leñador), para seguir fielmente con el libreto del cuento.

Decidieron los tres esperar un rato, pero el lobo (o sea, la abuela) nunca llegó, pues las reumas de la anciana, por dormir en el pasto húmedo, la tenían completamente inmovilizada a varios kilómetros de distancia.

Mientras tanto, agazapado tras de la maleza cercana a la cabaña, un director de cine observaba el extraño comportamiento de los clásicos personajes, muerto de la risa, mientras decenas de cámaras ocultas filmaban al detalle todo lo que ocurría en aquel bosque.

Un año después, las marquesinas de Hollywood anunciaban la premiere de su nuevo gran éxito cinematográfico: el Reality Show de la Caperucita Roja y el Lobo, que arrasó con la taquilla de las películas de Pokemon, Batman y el Hombre Araña.

Los cuatro personajes del cuento siguieron cenando cada viernes, pero en vez de hacerlo en la cabaña del bosque, ahora lo hacían en la mansión hollywoodense de la sensual Caperucita Roja, y en vez de comer galletas después del café, degustaban caviar mientras brindaban con el champaña Veuve Clicquot.

La abuela sobrevivió a los dolorosos reumas aspirando mágicos polvos blancos.

Ninguno de los cuatro personajes se acordó jamás de volver a leer el cuento original.

lunes, 17 de mayo de 2010

Noche de Paz


Aquel atardecer la Mala Voluntad decidió hacer una fiesta en su hogar. Invitó a ella a los Rencores, a los Odios, a los Conflictos, a las Querellas, a los Pleitos, a los Insultos, a los Celos, a las Guerras, a las Envidias, a los Malos Pensamientos, a las Hostilidades, a las Complicaciones, a los Resentimientos, a los Enconos, a las Fobias, a las Manías, a la Maldad, a los Problemas, a las Injurias, a los Agravios y los Vituperios.

Por la noche, la humanidad estaba totalmente desconcertada por tanta paz y tranquilidad. Todos en la Tierra se miraban plácidamente sin entender lo que estaba pasando, habiendo de repente olvidado las razones por las que reñían, peleaban o se fastidiaban unos a otros.

A la mañana siguiente, una vez terminada la fiesta en casa de la Mala Voluntad, todo volvió a la normalidad.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La mascarada de las máscaras


Después de miles de años de ocultar rostros y emociones, las máscaras decidieron hacer una mascarada. Ellas también tenían derecho a aparentar alguna vez ser lo que no eran, para no ser ellas mismas durante unos instantes.

La fiesta se llevó a cabo en el Salón de las Apariencias, un lugar que pretendía ser elegante sin serlo, en donde los candelabros de vidrio eran realmente de plástico, en donde el champaña era vino espumoso, en donde los cortinones de pana de algodón eran de fibra sintética, en donde la luz de las lámparas simulaba a la diurna, en donde nada era como se pretendía. Después de todo, el salón no desentonaba con aquello en el planeta se conocía como la realidad.

Las invitaciones fueron enviadas a todo el ancho mundo por las máscaras de la Comedia y la de la Tragedia, para que, con su supuesto clasicismo, se motivara la asistencia de todas las demás.

Se anunció además, para esa tarde, la entrega del importante Premio Mundial de la Farsa e Hipocresía para la máscara que mejor hubiese desempeñado su papel en el último año.

Así, poco a poco, y con muchos nervios y emoción, fueron llegando las invitadas al salón de la fiesta.

A pesar de que todas venían excelentemente disfrazadas, llamó mucho la atención, por su exagerada ostentación, el grupo proveniente de Hollywood, en donde estaban (por orden de aparición): la máscara del Hombre Araña, la de Batman, la de Darth Vader, la de Hannibal Lecter, la máscara de la Máscara, la del Zorro, la de Robocop y la de Gatúbela, sin que ninguna de ellas pudiera ser reconocida, excepto por su necesidad de ser fotografiadas y de que jamás quisieron abandonar la alfombra roja de la entrada al salón.

También llegaron decenas de máscaras carnavalescas, todas elegantemente enmascaradas, entre ellas la de Arlequín, la de Pantaleón, la de Polichinela, la de Moretta, la de Bauta y muchas más menos conocidas, pecando, como siempre, de su exagerado e insoportable estilo renacentista.

También estaban por ahí las de Halloween: Drácula, Frankenstein; ET, la momia, el fantasma de la ópera, varios zombies, Freddy Kruger, el chupacabras y Chuckie, acostumbradas todas ellas a asustar a quienes se les acercaban, lo cual obviamente las delataba.

Fue una gran velada, y finalmente llegó el momento solemne de la votación para elegir a la máscara ganadora del Premio Mundial de la Farsa e Hipocresía.

Tras de tensos y emocionantes momentos, las máscaras anfitrionas, la Tragedia y la Comedia, procedieron a leer el resultado final del concurso:

“La ganadora del Premio Mundial de la Farsa e Hipocresía de este año que concluye es, ni más ni menos que la….

máscara contra las arrugas.”

Cientos de fuertes aplausos reconocieron el mérito de la ganadora, mientras que sus compañeros de equipo (los maquillajes, los lápices labiales y los rímeles) la levantaban en hombros con mucho entusiasmo.

lunes, 3 de mayo de 2010

Kangy


Kangy era una hermosa cangurita que habitaba el desierto semiárido de Australia. Era alegre de nacimiento, pero sobre ella pesaba una terrible maldición que la mortificaba, y, sin embargo, no permitía que esto le quitase su felicidad de vivir.

Su problema empezó cuando, saltando alegremente tras de sus amigas, sin querer pisó a un malhumorado diablillo del desierto, quien ofendido por haber sido despertado de esa manera, lanzó sobre la pequeña Kangy una terrible maldición que la hizo estéril para siempre.

Así, nuestra cangurita se resignó a nunca ser madre, lo que le generaba mucha tristeza, pero la compensaba usando su bolsa marsupial para llevar en ella flores vistosas, alegrando con eso el poco colorido desierto del centro de Australia, y también llevando a pasear en ella a los bebés ardillas y de otras especies, que disfrutaban mucho de la distinción de dar vueltas por todas partes en un lugar tan calentito y agradable como era la barriga de Kangy.

Todo esto sucedía sin que nadie, ni siquiera ella, supiese que estaba siendo observada constantemente por misteriosos ojos invisibles.

Efectivamente, Kunapipi Kunapipi, la diosa madre de todos los animales australianos, veía cómo la natural alegría de Kangy no sólo hacía felices a otros, sino que le permitía sobrellevar la tragedia de no poder tener canguritos.

Y un día, el menos pensado, Kangy se dio cuenta de que en su vientre tenía una criatura. Fue entonces, en pleno desconcierto, que se le apareció Kunapipi Kunapipi para confirmarle que, por haber sido siempre una cangurita alegre, amistosa y agradable, ella le había devuelto la fertilidad.

Cuenta una leyenda de los aborígenes Yamatji que en el árido desierto de Australia existe una hermosa y especial hembra de canguro que siempre salta feliz, llevando en su bolsa marsupial flores de mil colores, varias pequeñas ardillas sonrientes, y también a su hijo, un cangurito afortunado que asoma la cabeza cada poco tiempo para ver desde abajo a su amorosa madre, quien siempre le brinda, entre salto y salto, una mirada de mucho cariño.

sábado, 1 de mayo de 2010

El punto final


Era un punto particularmente engreído.

Es cierto que en un cuento (del tamaño que sea) existen muchos puntos: los que finalizan los renglones; los que concluyen los párrafos; y los que cierran los capítulos.

Pero existe un punto definitivamente importante, que es el que cierra de una vez por todas cualquier cuento o historia. Se le conoce como el Punto Final. Más allá de él, nada existe, y todo queda finiquitado para siempre.

Por lo tanto, el punto de esta historia -que estaba plenamente consciente de su relevancia- era un punto particularmente engreído.

Pero no era su único defecto.

También era sádico: en los vaivenes que el intrigante autor generaba en el cuento, en el que a veces los buenos dominaban la situación y a veces los malos hacían de las suyas, el punto de esta historia especulaba planeando sobre los renglones y los párrafos, amenazando a unos y otros con acabar el cuento en cualquier momento, generando tensión, incertidumbre y angustia a los sufridos personajes.

Pero también era corrupto: el villano de aquel cuento ofreció una buena cantidad de tinta fresca para que el Punto Final acabase la historia justo cuando la princesa buena era secuestrada por ese malvado.

Los demás personajes nunca pudieron reaccionar ante aquello. El cuento quedó concluido a favor de los malos.

El Punto Final demostró orgullosamente al mundo su consabida prepotencia.