
Después subía alegremente la ladera de la colina, llena de flores de mil colores, y entraba en la gruta de los venados. Ahí solía meditar un rato, y antes de irse, colocaba una trampa de metal con un jugoso trozo de carne cruda.
Llegaba hasta lo más alto de la cima ya casi de noche, siempre optimista. Aún podía disfrutar un rato del cielo rojo del ocaso sobre el oscuro océano, y ver cómo aparecían las primeras estrellas en la oscuridad del firmamento. Cantaba feliz mientras colocaba una red grande casi invisible. En ella acomodaba una vela encendida con aroma sensual, que disfrutaba un rato antes de alejarse.
Después bajaba a su casa, y enseguida dormía plácidamente. Tenía sueños dulces, con amables dragones dorados y densas nubes púrpuras, pues sabía que todo estaba bajo control.
Por las mañanas, con los primeros rayos del sol, volvía a bajar al estruendoso acantilado

Después subía alegre por la ladera cubierta de flores, justo cuando el dorado sol alumbraba perfectamente su hermoso sendero de siempre. Igualmente sabía de sobra que algún demonio subterráneo estaría atrapado en la gruta de los venados. Como

Finalmente llegaba a la cima, con la certeza de que jamás faltaría un ingenuo demonio volador que se acercase a oler el sensual aroma de sus velas.

Después, algo entristecida por escuchar tantos lamentos y gritos de dolor de los infelices demonios al ser descuartizados, regresaba a casa justo para prepararse el mejor de los desayunos del universo, aquel que le permitía conservarse joven y bella eternamente: un delicioso y nutritivo jugo de demonios.
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