Cuentan en lo profundo de la selva tropical que un día, no hace mucho tiempo, un joven duende travieso se encontró tirado en la maleza un libro de hechizos y encantamientos, cerca de lo que alguna vez fue la pocilga de una bruja ya desaparecida.
Como era inexperto y lo único en que pensaba era en divertirse, empezó a hojear el texto para ver qué contenía y qué travesuras podía hacer con él. Entre muchas brujerías, encontró una que le pareció muy divertida, así que decidió aplicarla inmediatamente: se trataba de una magia para cambiar entre sí las voces de los animales.
Así, a cuantos animales veía, les decía unas extrañas palabras cuyo significado desconocía, pero le resultaba divertido ver las consecuencias: un pájaro croando como rana y una rana trinando como pájaro; un lobo cantando como cigarra y una cigarra aullando como lobo; un búho maullando y un gato montés ululando.
Todo esto le causaba una gran hilaridad, sobre todo viendo el desconcierto de los infelices animales que se desconocían a sí mismos y corrían a esconderse de la vergüenza entre la maleza.
Mientras más animales emitían sonidos que no les pertenecían, el duendecillo se reía más y más. Incluso se tiró al suelo de la risa cuando escuchó a un pequeño saltamontes rugir con la potencia de un jaguar.
Estando tirado en el suelo desternillado de la risa, escuchó el cri-cri de un grillo justo a su espalda. Volteó divertido para ver de qué animal se trataba, y tardó medio segundo en darse cuenta de que era un jaguar hambriento.
Echó a correr pidiendo auxilio a sus amigos duendes, pero lamentablemente solo le salieron de la boca unos cuantos graznidos, mientras un cuervo en el árbol le decía: “¡Hola, duende! ¿Cuál es tu problema? ¿Por qué corres tan rápido?”
En unos cuantos segundos, el duendecillo imprudente fue devorado el jaguar, que satisfecho por la facilidad que tuvo para lograr esa inesperada y deliciosa comida, cantaba satisfecho y orondo “cri-cri, cri-cri, cri-cri”.
Como era inexperto y lo único en que pensaba era en divertirse, empezó a hojear el texto para ver qué contenía y qué travesuras podía hacer con él. Entre muchas brujerías, encontró una que le pareció muy divertida, así que decidió aplicarla inmediatamente: se trataba de una magia para cambiar entre sí las voces de los animales.
Así, a cuantos animales veía, les decía unas extrañas palabras cuyo significado desconocía, pero le resultaba divertido ver las consecuencias: un pájaro croando como rana y una rana trinando como pájaro; un lobo cantando como cigarra y una cigarra aullando como lobo; un búho maullando y un gato montés ululando.
Todo esto le causaba una gran hilaridad, sobre todo viendo el desconcierto de los infelices animales que se desconocían a sí mismos y corrían a esconderse de la vergüenza entre la maleza.
Mientras más animales emitían sonidos que no les pertenecían, el duendecillo se reía más y más. Incluso se tiró al suelo de la risa cuando escuchó a un pequeño saltamontes rugir con la potencia de un jaguar.
Estando tirado en el suelo desternillado de la risa, escuchó el cri-cri de un grillo justo a su espalda. Volteó divertido para ver de qué animal se trataba, y tardó medio segundo en darse cuenta de que era un jaguar hambriento.
Echó a correr pidiendo auxilio a sus amigos duendes, pero lamentablemente solo le salieron de la boca unos cuantos graznidos, mientras un cuervo en el árbol le decía: “¡Hola, duende! ¿Cuál es tu problema? ¿Por qué corres tan rápido?”
En unos cuantos segundos, el duendecillo imprudente fue devorado el jaguar, que satisfecho por la facilidad que tuvo para lograr esa inesperada y deliciosa comida, cantaba satisfecho y orondo “cri-cri, cri-cri, cri-cri”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario