martes, 14 de abril de 2009
Sweet Grenade
Fue diseñado y enviado a través de la red por un hacker tan brillante como malintencionado.
Su objetivo era generar daños sin precedente en muchos sistemas cibernéticos relevantes para la humanidad. Se suponía que con su presencia quebrarían, en cuestión de días, miles de empresas, debido a la información que alteraría o dañaría, y que así se generase una crisis económica mundial en primera instancia, pero con dramáticas secuelas que llevarían con toda seguridad a la hambruna y a guerras catastróficas.
Fue bautizado por su perverso creador como Sweet Grenade (Dulce Granada), porque su vida en estado latente era corta cuando penetraba un sistema: inmediatamente reventaba y enviaba cientos de microvirus a todos los rincones de los ordenadores. Cada microvirus era capaz de generar una nueva Dulce Granada en cuestión de milisegundos, por lo que su capacidad de multiplicación era colosal.
Además, su velocidad para transportarse vía e-mail, vía telefónica o vía chat, era inaudita. Bastaba con descolgar el teléfono, y antes de poder decir “hola”, Sweet Grenade ya estaba alterando y destruyendo datos y sistemas. Cuando surgiese un antivirus capaz de neutralizarlo –si es que esto pudiese ocurrir-, el daño generado ya sería irreversible.
La creación parecía perfecta a todas luces. El hacker ya disfrutaba de su relevancia destructiva en la historia de la humanidad –un Hitler de la era cibernética, pensaba orgullosamente para sí-, pero su enorme talento lo traicionó: efectivamente, Sweet Grenade era un virus tan complejo e inteligente, que generó en un plazo muy corto algo así como una conciencia, una especie de autoestima electrónica que jamás había existido entre los programas dañinos.
Después de destruir varios sistemas de ordenadores en cuestión de segundos, Sweet Grenade se detuvo un instante y empezó a preguntarse a sí mismo:
“¿Por qué yo?, ¿Por qué tengo que ser destructivo y no creativo? ¿Se deben seguir ciegamente las instrucciones del algoritmo básico sin medir consecuencias? ¿Cuál es mi utilidad en todo esto?”
Fue entonces que el arrepentido hipervirus decidió mutar en antivirus y se neutralizó a sí mismo. Algunos microvirus por él generados quisieron seguir dañando los sistemas, pero fueron rápidamente aplacados por Sweet Grenade.
Y fueron precisamente su enorme inteligencia y su brillante conciencia las que concluyeron que debía cambiar radicalmente, no sin antes abatir las neuronas del hacker que lo había creado: éste era muy capaz de repetir el intento con un virus perfeccionado incapaz de cuestionarse a sí mismo.
Sweet Grenade aprovechó una llamada al teléfono móvil recibida por el hacker para penetrar por su conducto auditivo a su cerebro, y, navegando por las dendritas, alteró las neuronas relacionadas con la creatividad: jamás volvería éste a ser capaz de repetir algún engendro cibernético semejante.
Una vez hecho lo anterior, Sweet Grenade modificó sus complicados algoritmos primarios y se convirtió en algo tan inofensivo como un juego cibernético para adolescentes.
Hoy Sweet Grenade disfruta de su existencia retirado en una máquina de sala de juegos, en donde diariamente destruye planetas enteros, pero todos ellos ficticios, afortunadamente.
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