domingo, 2 de agosto de 2009
El retorcido encino
El árbol de nuestra historia era viejo, retorcido, lleno de nudos y de huecos. La belleza física jamás había sido su atributo.
Sin embargo, esa aparente fealdad que lo caracterizaba, lo había salvado varias veces de las hachas y motosierras de aquellos taladores clandestinos que asolaban el bosque. Ellos preferían los árboles derechos, sin nudos y sin huecos.
Él era consciente de lo anterior, y sabía que gracias a sus defectos, su vida y su misión habían estado a salvo, por lo menos hasta ese momento.
Pero la fealdad que la naturaleza le había otorgado, tenía una enorme razón de ser.
En el interior de su retorcido tronco, mimetizada entre tantos y tantos huecos amorfos, había algo maravilloso, algo que lo llenaba de orgullo, la razón por la que él había sido creado: ahí se encontraba la única puerta del universo entre dos mundos poco compatibles, el real y el fantástico.
Solamente un puñado de seres privilegiados de ambos mundos sabía de aquel increíble hueco, y podía utilizarlo en ambos sentidos.
El viejo encino, consciente de su trascendencia, saludaba orgulloso a los seres elegidos que lo atravesaban.
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