miércoles, 23 de diciembre de 2009

La noche de los mounstros


“¿Habrá algo peor en la faz de la Tierra que los monstruos?”, preguntó mi nieto.



Aquella noche fue lúgubre y tenebrosa como ninguna otra que se recuerde.

Los lobos aullaban como nunca, pero permanecían escondidos cerca de sus madrigueras. Ninguno se dejaba ver.

Los murciélagos tiritaban de miedo, y prefirieron pedir asilo a los vampiros en sus sarcófagos. Éstos, conscientes de lo que se esperaba, les hicieron un solidario lugar en su regazo, y a continuación se encerraron con varias cerraduras, llaves y candados.

Los hombres lobo desparecieron. Dicen que huyeron de lo que venía, refugiándose en las alcantarillas de la ciudad vecina, que ya estaban repletas de brujas temerosas cuyos ojos estaban desorbitados.

Los ogros de la cañada guardaron su maloliente ganado y se escondieron en sus desvanes. Sellaron con tablas todas las puertas y ventanas.

Los monstruos pedían asilo a la gente, se disculpaban con los humanos, pedían trabajar como sus esclavos para ganarse su gracia, y convivían amablemente con los habitantes de las aldeas, pueblos y ciudades.

Fue entonces que los mounstros salieron de sus antros y grutas, para dejar claro que ellos eran lo más maligno que había en el mundo. Aterrorizaron a la gente y a los animales en aquella interminable noche.

Al amanecer, sobre las veredas y cañadas, aparecieron cientos de cadáveres irreconocibles completamente descuartizados.

Esa noche nos quedó muy claro que los mounstros son bastante peores que los monstruos.

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