miércoles, 21 de abril de 2010

La diosa que cayó en mis redes


“¿Qué haces aquí, si no eres un atún?, le pregunté al desplegar mis redes.

“¡Claro que no soy un atún!” dijo ella indignada. “Soy una diosa, no un pez.”

“¿Y cómo viniste a dar a mi red?”, pregunté con curiosidad.

“Estaba nadando desnuda con un tiburón amigo”, me contestó. “Y de repente cayeron tus redes sobre mí. No pude evitarlas”.

“¡Mientes!”, le dije. “Te vi oculta tras de una nube esperando el momento en que yo arrojara mis redes, y volaste directamente hacia ellas.”

“Bien, tienes razón, pero fue porque eres un mortal que me encanta y vuelve loca. Me entregué a tus redes así desnuda, para conocerte de cerca, pero los caballeros como tú deben ser discretos y hacerse los sorprendidos. Deben aceptar sin más lo que las damas dicen, y más cuando éstas son diosas”.

“No soy caballero, soy un pescador, y en mis redes quiero atunes, no diosas sin ropa”.

“¿Eres homosexual o ateo?”, preguntó la diosa con sarcasmo.

“Soy pescador, con una familia que alimentar” le dije molesto por su risa burlona.

“¿Y no te caería mal un poco de sexo divino?”, dijo ella.

“¿Y mis atunes? Debo pescar atunes para poder volver al puerto”, respondí.

“Podría, si me lo pides, convertirme en un atún sensual y voluptuoso, al que no resistirías sexualmente”, dijo ella. “Y si me complaces como espero que lo hagas, yo haría que cayeran miles de atunes en tus redes”.

Fue entonces que decidí entregarme a ella. Aquello fue excitante, erótico, único.

Pasamos momentos sensacionales hasta que las carcajadas de mis compañeros me despertaron, justo cuando estaba abrazando apasionadamente a un desconcertado atún macho de aleta azul que me miraba de reojo.

Totalmente avergonzado, reconocí a mis compañeros que para mí habían sido ya demasiados días los que habíamos estado alejados del puerto.

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