lunes, 5 de abril de 2010
Los delirios de la taza de café
Nunca se pudo saber exactamente por qué aquella taza tomó esa decisión tan fuera de lugar, porque nadie le practicó una autopsia. Efectivamente, la medicina forense no ha desarrollado técnicas para saber la causa de muerte de las vajillas, aunque es probable que la responsable de toda esta falta de cordura haya sido el exceso de cafeína que ingirió en su breve existencia.
La taza de café estaba aburrida de su vida rutinaria: del estante de las tazas a la mesa del desayunador; de la mesa del desayunador al lavaplatos; del lavaplatos al estante de las tazas.
El único momento agradable de aquella repetitiva existencia era cuando aparecía a su lado, sobre la mesa del desayunador, el periódico con las noticias del día, que ella leía de reojo para saber qué ocurría más allá de su limitada existencia. Fue por ese diario que se enteró de que existía afuera, en alguna parte del mundo, un espacio sideral que estaba siendo explorado con naves espaciales.
Así, una mañana después de que el humano había terminado su café, se quedó sobre la mesa acompañada únicamente por los granos que conformaban el poso remanente en su fondo.
Fue entonces que les dijo a estos gránulos que ella no era realmente una taza de café, sino una nave espacial, y que ellos eran realmente astronautas dispuestos a conocer el espacio exterior y los diferentes mundos que lo conformaban.
Como los gránulos no negaron su aseveración, ella empezó a girar sobre sí misma, cada vez con más velocidad, con la intención de despegar de la superficie de la mesa y así lanzarse a aquella excitante aventura por el universo.
En su excitación, la taza de café que giraba ya sobre sí misma a gran velocidad, ignoró un pequeño desbalanceo que en ella generaba el asa.
Cuando consideró que ya su velocidad de giro era suficiente, se elevó y empezó a volar en el espacio del desayunador.
Cuando había ya avanzado unos cuatro metros en el aire, el desbalanceo empezó a sentirse más y más fuerte, y como consecuencia la astronave perdió estabilidad y fue a estrellarse en el piso, convirtiéndose en una taza de café rota en mil pedazos. Todo quedó en silencio.
Media hora después apareció por ahí la chica de servicio, quien vio los desperdigados destrozos. Al ver la taza rota tan alejada de la mesa del desayunador, concluyó precipitadamente que el señor de la casa había amanecido de mal humor y se había desahogado arrojando la taza de café al piso. Obviamente en su cerebro no estaba la posibilidad de que aquello hubiese sido realmente el relevante naufragio de una nave espacial exploradora.
La escoba y el recogedor de basura fueron el único cortejo fúnebre que acompañó al basurero a la taza de café que quiso ser astronave.
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