martes, 22 de junio de 2010

El personaje que generó a su propio autor


Era un personaje de un cuento inédito, pero tenía muchos alcances.

Un día decidió crear a un autor. ¿Por qué no?: estaba muy aburrido por no haber ocupado jamás las páginas de un libro. Eso es un martirio que los humanos no imaginamos.

Así se transformó a sí mismo, de ser un potencial héroe de una mediocre novela de caballeros andantes, aburrida e inédita, en un escritor brillante con miles de recursos intelectuales. Era muy versátil. Se sentó en un escritorio con imaginarios lienzos de papel, una pluma de ave y un tintero en donde remojarla.

Concibió al autor de una y mil formas. Lo imaginó; lo cuestionó; lo ubicó en varias épocas y contextos.

Finalmente decidió que el autor sería un burócrata frustrado encerrado en una oficina encargada de las compras rutinarias para la Armada Invencible de Felipe II.

Decidió llamarlo Miguel de Cervantes Saavedra, un nombre muy normal de aquella época en aquellos lugares.

Y al generarlo, lo concibió como un fuera de serie capaz de lograr con su talento una novela trascendente en la que él tendría el papel más importante de toda la literatura española.

El recién concebido autor, en reciprocidad por tanta benevolencia y creatividad de quien lo había generado, lo rehizo. En el mismo contexto de una novela de caballeros andantes, lo rebautizó como Don Quijote de la Mancha. Lo hizo parecer un loco desubicado y fuera de época, que, sin embargo, sabía más de los valores de la vida que cualquier otra persona que hubiese existido, real o literaria. Le brindó un corcel enjuto, blanco y noble, y un escudero regordete pero totalmente confiable.

Cervantes y Don Quijote, unidos para siempre en su solidaria aventura, iniciaron entonces, en un desconocido lugar de la Mancha, una maravillosa y relevante gesta literaria, lo mejor que se haya concebido hasta hoy en la lengua española.

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