jueves, 5 de agosto de 2010
El aprendiz
Nació de sí mismo, y no había un paradigma en ninguna parte que le dijera quién era ni qué debía hacer con su inesperada existencia. Miró en todas las direcciones, hacia arriba y hacia abajo, y no había nada. Estaba solo, pero no sabía ni siquiera lo que era la soledad.
Durante unos instantes intuyó que lo mejor era regresar a su agradable estado anterior de no existencia, pero no había huevo, ni matriz, ni a dónde volver. Ni siquiera lo sabía, pero había nacido por irreversible generación espontánea.
No pensó en el suicidio, porque no había forma de que lo intuyese: nadie se había suicidado con anterioridad. Y aunque lo hubiese intuido, no había con qué hacerlo. Era tan sólo un ente inmaterial, y no existían cuerdas ni navajas ni venenos ni alturas ni revólveres.
Sintió algo que en ese momento carecía de nombre, eso que hoy conocemos como frustración. Y enseguida, después de un rato, fue víctima de lo que los humanos conocemos como aburrimiento, pero como no existía un lenguaje ni ningún concepto, no fue capaz de definirlo más allá del fastidio de sentirlo. Simplemente no había con qué entretenerse.
Como era inteligente a pesar suyo, concluyó que para pensar requería un lenguaje, unas cuantas palabras para ir armando ideas. Pero para crear un idioma, necesitaba sonidos.
Y para generar sonidos, necesitaba músculos guturales, que tampoco tenía, porque ese mundo era inmaterial.
Como desconocía sus capacidades de creador, tardó mucho en saber que bastaba un designio suyo, un simple brote de voluntad, para generar esa musculatura y el concepto de sonido. Pero antes necesitaba crear la materia, y su equivalente, la energía, y no tenía la menor idea de cómo hacerlo.
Finalmente llegó a todo lo anterior, pero es imposible saber en cuánto tiempo lo hizo, porque el concepto de tiempo no existía. Era necesario crearlo.
Así transcurrió una gran parte de su inaudita existencia totalmente inconmensurable por su propia ignorancia…o inactividad…o desconocimiento de su propia naturaleza.
Algún algo después, confirmó su capacidad creadora: se dio cuenta de que su Verbo generaba cosas. Su autoestima, hasta ese momento bastante baja por la frustración de su inesperado origen y su ignorancia esencial, mejoró bastante, pero no del todo.
Fue entonces que creó apresuradamente y sin medir las consecuencias, la materia, la energía, el tiempo y su propia conciencia.
Pero seguía siendo víctima de muchas cosas inexplicables, y concluyó que necesitaba otro ser que lo acompañase y le dijese cuán grande era.
Fue entonces que imaginó al Hombre, un ser adulador con natural sentimiento de inferioridad, capaz de admirar su mediocridad y adorarlo por encima de cualquier objetividad y mérito.
Fue entonces que en su ilógica inmadurez, creó un Universo material para que el Hombre lo acompañase y le resolviese sus necesidades anímicas.
Y en un arrebato de patológica impulsividad, dio al Hombre libre albedrío, y una pareja caprichosa, vanidosa, pero atractiva. En ese no meditado lance, aparecieron las hormonas, los pecados y muchas otras consecuencias que él no fue capaz de prever.
Los aprendices de dioses en este Universo deberían asumir en carne propia sus irresponsables acciones, pero no es así, hasta donde sabemos.
Pero son misteriosos los designios del Creador de los Creadores: debe haber alguno, porque la generación espontánea es imposible. Sólo Él sabe en manos de quién dejó nuestro Universo y por qué lo hizo.
Tal vez todo esto sea una Gran Escuela generada por el Creador de los Creadores, precisamente para que los aprendices de Creador vayan perfeccionándose poco a poco, y así los futuros Universos tengan más lógica, más congruencia y más esencia.
Después de todo, echando a perder…se aprende.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario