sábado, 21 de mayo de 2011
El dragón de Komodo
Finalmente se dio cuenta de que el exterior simplemente no existía.
Todo aquello que siempre había vivido tan intensamente –hechos, acciones, emociones, afectos, éxitos, fracasos, frustraciones, alegrías- había sido tan sólo un producto de su imaginación.
Hasta su cuerpo era imaginario.
El paradigma de que sólo en un cerebro físico se podían contener pensamientos y razonamiento, quedó descartado en aquel sublime momento de iluminación.
Para despedirse de aquella ilusión de corporalidad y realidad exterior, se sirvió una copa de vino Oporto para disfrutar por última vez del aroma, del sabor y del relajamiento que el licor le producía.
Después, decidió cambiar su paradigma humano por el de un dragón de Komodo.
Inmediatamente sintió sus poderosas garras y la fuerza de su cola. Percibió el olor de una hembra en las cercanías y decidió ir por ella.
Una nueva forma de vida, con todas sus implicaciones, había quedado definida en su portentosa imaginación.
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