Afrodita
estaba casada con Dionisio. Se dice que durante la
expedición de éste a la India, ella le
fue infiel y tuvo sexo con el bello Adonis. A la vuelta de Dionisio, Afrodita volvió a su
lado, pero pronto lo abandonó de nuevo y marchó a Lámpsaco para dar a luz al hijo de
Adonis. Hera , decepcionada por la conducta
promiscua de Afrodita, le tocó el vientre, y su poder mágico hizo que alumbrase
un hijo extremadamente feo y con un pene inusualmente grande y permanentemente
erecto. Se llamaba Príapo.
Era una historia
vieja, ahora amplificada en sus sueños. Él ya estaba harto de desgastar su
esperma y energía en un árbol de supuesto origen nínfico: después de todo, los
seres mitológicos como él eran tan vulnerables a las historias mitológicas como
los crédulos mortales.
“¡Bah!”, -meditó-
“Lotis no eran tan atractiva como ninfa, ni hoy –como árbol- es lo
suficientemente erótica como para que yo pierda un pedazo de mi eternidad
pensando en ella”.
Así, Príapo
procedió a masturbarse como todos los días. Obviamente su musa sexual seguía
siendo Lotis, quien había preferido convertirse en árbol a enfrentar el
extraordinario tamaño de aquel eternamente erecto pene que antaño la acosaba.
“Ella se lo
pierde”, pensó Príapo, justo antes de que su divino y sexualmente distorsionado
cerebro concluyese lo siguiente:
“¿Por qué no –de
una vez por todas- cambio de objetivo sexual?” Después de todo, la sensible
piel de su pene estaba ya irritada de sobarse día y noche contra la corteza de
un insensible árbol de loto.
De ahí surgió la
gran idea…
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Príapo, a pesar de
su pésimo historial -pero gracias a sus obsesiones y depravaciones sexuales-,
gozaba de mucho prestigio entre el “lumpen” del Olimpo (las clases sociales no
dependen del status de mortalidad o inmortalidad). El convocar a Pan, a Dionisio y a Sileno
a una reunión en el tupido bosque de Laón, no fue para nada un problema: todos
llegaron puntualmente, pensando en disfrutar de la siguiente propuesta de perversión
del sexualmente ingenioso dios del pene eternamente erecto.
La idea de Príapo
–único punto de la especial minuta de la insólita reunión- era convocar a
hembras mortales sexualmente perversas a una orgía de época: se acercaba el mes
de Marzo, el mes de la Bacanales,
cuando las lujuriosas mujeres
denominadas bacantes (ménades), se lanzaban en el campo a un alocado tíaso*, a
dejarse seducir entre ellas, por animales, por lo que fuese…desplegando así todas
sus perversidades y fantasías.
Se dio la
unanimidad entre los dioses más depravados.
* tíaso: reunión de
fanáticos de una religión
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Para la orgía, Dioniso
ofreció llenar el bosque de vino. Pan se encargaría de que sus sátiros fuesen
los camareros -excelente servicio para una gran ocasión-, y él personalmente
tocaría su famosa flauta Siringa, con música erótica de
primer nivel. Príapo llevaría ensaladas afrodisíacas, mientras que Sileno sería
el coordinador general del evento, encargándose, entre otras cosas, de las
invitaciones (grabadas en piel de pene de carnero).
En la lista de
invitados VIP figuraban -además de la mortales perversas denominadas bacanales-
la diosa Afrodita –encargada de la animación sexual del evento-; Leda
(aburrida de tener sexo con aves); algunas ninfas destrampadas (progres,
diríamos hoy); y dos o tres deidades
más, todas ellas sexualmente frustradas y probablemente dispuestas a todo en
esa particular ocasión.
Para que el evento
fuese recordado eternamente, varios pintores
medievales -aún no nacidos en aquella época- fueron convocados a modo de
retratistas: Botticelli,
Rubens
y Tiziano.
Todo prometía que
esta sería la orgía más importante de la eternidad, hasta que….
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Los invitados
empezaron a llegar, nerviosos y excitados. Como todos nosotros cuando llegamos
a una fiesta, ellos esperaban a que otros tomasen la iniciativa. Esta fiesta no
era, en ese sentido, diferente a las nuestras, a pesar del erótico aroma
presente, de las bacantes provocadoras, y del impresionantemente visible pene
erecto de Príapo.
Pero a medida que
los licores de Dionisio hacían mella en los cerebros de los asistentes, aquello
parecía calentarse. Los primeros escarceos sexuales aparecieron, y cuando todos
los asistentes empezaban a liberarse….
Eolo
–dios del viento- disfrutaba mucho el mes de marzo. Su principal diversión en
esa temporada era levantar las túnicas de las alocadas bacanales que corrían
por las laderas de los montes cercanos a Atenas, descubriéndoles sus muslos, y
viendo cómo esto resultaba excitante para todas ellas.
Eolo se enteró de la
orgía que Príapo organizaba, debido a que una de sus Brisas recogió una
invitación extraviada por algún invitado. Eolo la leyó, y -muerto de la envidia
por no haber sido ser convocado a ella-, decidió arruinar de alguna manera la
fiesta.
Así, llevada por un Viento, esta invitación llegó a la lejana tierra del Canaán. De manera no tan inexplicable, cayó en manos de un judío esenio, y éste -horrorizado por la propuesta- se la entregó en mano al Maestro de Justicia, máxima autoridad de la cofradía. Éste inmediatamente convocó a su comunidad, y se celebró un ritual de análisis del pecado ahí contenido. Cuando los esenios rezaron a Jehová rasgándose las vestiduras por el horrendo y depravado contenido de la invitación, éste tomó cartas en el asunto, y se presentó muy molesto en el bosque de Laón. ¡Aquello no podía ser!
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Jehová era todo un
experto en reprimir sociedades pecadoras. En su currículo estaban las siete
plagas de Egipto, el Diluvio Universal y la destrucción fulminante de Sodoma y
Gomorra.
Aquí se presentaba
–lamentablemente- para él un problema de soberanía: había firmado miles de años
antes un convenio con Zeus de territorialidad, que le
impedía intervenir en los pecados cometidos en la Hélade.
Mientras Jehová
analizaba qué hacer, sin cometer infracciones divinas, para evitar la orgía que ya iniciaba,
apareció Eolo con una propuesta:
“Lanza tú nada más
una pequeña chispa sobre la hierba seca. Yo me encargaré del resto.”
Así, Jehová dejo caer discretamente una chispa
del tamaño de un grano de arena, regresando inmediatamente al Cielo a observar los
eventos desde su privilegiado panorama, y Eolo sopló con fuerza en dirección a
la fiesta en el bosque del Laón.
Las llamas
crecieron rápidamente, y las Brisas y los Vientos se encargaron de hacerlas llegar
al prado en donde los primeros asistentes empezaban a deshacerse de su ropa en
frenéticas y alcoholizadas danzas eróticas.
Una vez que todos
estaban ebrios y desnudos, aparecieron enormes llamaradas en plena celebración
orgiástica. Toda la ropa de los invitados fue devorada por el fuego en cuestión
de segundos.
El pánico cundió, pero Eolo se había encargado de que existiese una pequeña salida de escape al círculo de fuego, por donde los depravados sexuales –mortales y divinos- lograron huir, aunque todos ellos completamente desnudos.
Desde distintos
escenarios, Eolo y Jehová disfrutaron cada detalle de la frustración de los
perversos dioses y mortales.
Para los dioses y
las diosas, el estar en público sin ropa no era tan grave, pues solían celebrar
orgías con cierta frecuencia. Casi todos salieron bien librados del escollo.
Pero para las
bacanales -muchas de ellas damas de alcurnia en la sociedad griega- el
atravesar aldeas desnudas era bochornoso: los pueblerinos se reían y
disfrutaban burlándose de la vista de sus nalgas y tetas, mientras ellas
preguntaban desesperadamente a los niños qué camino tomar para llegar a Atenas
- su ciudad- sin ser demasiado vistas.
Pan –en el
incendio- perdió su flauta Siringa. Inti –dios del sol de la lejana cultura
quechua- morbosamente pendiente del evento, decidió recogerla y regalarla a su
pueblo.
Leda –tras la mala
experiencia de esa tarde- regresó para siempre con su erótico cisne al río
Eurotas. Jamás se le volvió a ver en orgías.
Dionisio decidió
serle eternamente fiel a su esposa Ariadna, quien le puso como condición
ingresar a Alcohólicos Anónimos.
Sileno, al intentar
huir del fuego, metió una de sus pezuñas en un agujero, quedando atorado.
Ninguno de sus sátiros se preocupó por rescatarlo, así que resultó con serias
quemaduras en el rabo. Nunca más asistió a una orgía. Nunca logró quitarse de
su cuerpo el olor a carne asada.
Afrodita no quiso
arruinar su prestigio divino por un bochornoso asunto mundano. Le habló al oído
a Sandro Botticelli, se lo llevó a la playa y le pidió –a modo de coartada- que
la pintase emergiendo del mar dentro de una concha, bajo el alias de Venus.
Nadie –excepto Botticelli- tiene evidencia objetiva de que Afrodita hubiese
estado en el bosque de Laón aquella lamentable tarde de Marzo.
Rubens resultó tan
traumado por el incendio, que se dedicó toda su vida a pintar bacantes obesas,
para así desanimar a los pecadores potenciales, previniéndolos así de ser
sorprendidos por incendios de índole teogénica.
Tiziano fue el más
objetivo de los tres pintores presentes.
Sus percepciones de la realidad fueron las menos distorsionadas, pero
hay quien cree que en cierto momento se despojó de su ropa y tuvo sexo con
Leda. Hay crónicas que cuentan haberlo visto corriendo desnudo ladera abajo
graznando como cisne.
Los sátiros no cobraron por sus servicios como camareros,
pues todos los invitados se marcharon sin dejar propina.
A quien peor le fue
esa nefasta tarde de primavera –sin deberla ni temerla- fue a Lotis, la ninfa
convertida en árbol. El resentido Príapo había organizado la orgía precisamente
a su sombra, para que ella sufriese viendo de lo que sexualmente se perdía. Las
llamas se le acercaron demasiado: su corteza quedó bastante carbonizada, y
muchas de sus hojas se quemaron sin que ella pudiese evitarlo.
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A la mañana
siguiente de la frustrada orgía, Príapo se despertó -excitado como siempre- con
su pene completamente erecto. El campo estaba desolado y lleno de cenizas. Su
único consuelo era que Lotis seguía ahí, con su tronco quemado y muy pocas
hojas, pero erótica como siempre. Así fue como se dio cuenta de que lo suyo era una condena
divina: había sido concebido para desgastar su esperma, su energía sexual y la
piel de su pene con un insensible árbol
de loto.
Este árbol todavía existe. Los jóvenes de esa región de
Una leyenda contemporánea
cuenta que todas las mañanas aparece en esa ladera del bosque de Laón, un
hombre muy feo, con un enorme pene erecto que restriega hasta el orgasmo en la
corteza de un viejo árbol de loto.
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