lunes, 11 de mayo de 2009

El cajón de los recuerdos del duende urbano


Una mañana, mientras el duende urbano había salido en busca de alimentos, entré sigilosamente, lleno de curiosidad, a su pequeña madriguera, ubicada dentro de un árbol aislado y olvidado entre dos modernos y frecuentados edificios en el centro de mi contaminada ciudad.

Era una madriguera muy modesta, pero en ella destacaba un pequeño mueble de roble, con un tallado sensacional que, por su enorme calidad, no podía ser obra de un ser humano, sino de una criatura mágica.

El mueble tenía tan solo un cajón, y mi curiosidad me obligó a abrirlo. ¿Qué podría guardar un duende en esas condiciones tan deplorables?

Ahí había un viejo libro de poesías de Gustavo Adolfo Becquer, entre cuyas páginas encontré los pétalos secos de una flor hermosa que yo jamás había visto, con una leyenda que indicaba que provenía de una planta llamada amantis delicatus.

También encontré una carta de amor en viejo papel amarillado, que era la despedida final de una compañera que lo había abandonado tiempo atrás por no soportar la vida en la ciudad.

En una pequeña caja de cartón en el cajón, había una pequeña piedra rara, y un rótulo que indicaba que era su único recuerdo de la montaña en donde había nacido, y de la cual había emigrado en busca de mejor suerte.

Lo último que encontré me llenó de tristeza, por lo que ello implicaba: una dosis de aconitina, poderoso veneno que, según los libros de historias fantásticas, emplean para suicidarse los duendes desesperados.

domingo, 10 de mayo de 2009

La leyenda del sapo dorado


Aquel estanque siempre había sido mágico.

En él se juntaban los dragones de la escarpada montaña vecina a apaciguar su sed tras de sus largas jornadas de cacería.

Ahí las arañas azules tejían sus maravillosas telarañas de plata que los duendes recogían para confeccionar ropa que los hacía invisibles.

Era el lugar favorito de las hadas-libélula, en donde se juntaban a platicar de sus cosas, y en cuyas tranquilas aguas depositaban sus apreciados huevecillos.

Su cristalina agua permitía que los nenúfares fuesen voladores, y que las ranas croaran musicalmente.

Fue en esas aguas en donde surgió la estirpe de sapo dorado, bella y sabia criatura, quien predijo que un día una perversa especie aniquiladora arrasaría con todo lo bello de la naturaleza.

Irónicamente, hoy el estanque mágico ha desaparecido bajo una urbanización de lujo en donde vive gente muy rica, bardeada y con vigilancia armada, y cuyo nombre comercial es la Villa del Sapo Dorado.

viernes, 8 de mayo de 2009

La princesa ratita


Érase que se era, como ocurre en los viejos cuentos de hadas, una hermosa princesa que poseía todo lo bueno de la vida: juventud, belleza, inteligencia, cultura, simpatía, una agradable familia, amigos de verdad, salud, clase y riqueza.

Como su vida era maravillosa, apareció por ahí una mujer envidiosa -siempre las hay-que convocó a un malvado hechicero para que acabase con toda esa felicidad.

Fue así, con un perjuro perverso y misterioso, que la princesa fue convertida en una ratita de drenaje.

Ella, desesperada e impotente, pasó toda su juventud en esas desagradables condiciones, hasta que un día mágico apareció por ahí un legendario caballero que tenía el don de ver lo que los demás no veían.

Percibió vibraciones agradables en la alcantarilla de aquel palacio, y supo que algo andaba mal.

Pidió a su paje que levantase todas las tapaderas del drenaje, y pudo ver que ahí vivía una criatura maravillosa que, a pesar de tener toda la fisonomía de una rata asquerosa de alcantarilla, era un ser único, de alma pura y bondadosa.

Al legendario caballero no le importó la apariencia de la rata, pues sabía mucho de la vida y de las trampas que en ella se presentan. Le extendió la mano, y ella, a pesar de la vergüenza que le generaba su fisonomía de roedor, aceptó subirse en la palma.

A continuación, el caballero le dio un beso en su cabeza, y de repente y de manera inesperada, la ratita asquerosa se convirtió en una dama bellísima, una verdadera princesa digna de la realeza de aquel reino que alguna vez le había pertenecido.

Fue entonces que el noble y legendario caballero le ofreció matrimonio.

La princesa, enamorada y agradecida, aceptó la propuesta, y ambos se comprometieron para toda la vida.

Un mes después, se llevó a cabo la magnífica boda entre la preciosa mujer y el gallardo caballero.

La princesa lució un traje precioso, y decenas de ratitas amigas llevaron orgullosamente el rabo hasta el altar.

Y como sucede en todos los cuentos de hadas, la ratita convertida en princesa y el legendario caballero, vivieron felices por siempre.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Edipo y el virus


Era un virus de buena cepa, generado en condiciones óptimas, por lo que era muy sano de mente y, sobre todo, bien intencionado.

No deseaba perjudicar a ningún otro ser. De haber sido humano, habría sido un prohombre, un luchador por los derechos humanos, un ecologista de peso…pero lamentablemente nació virus.

Quiso luchar en contra de su propia naturaleza, prometiéndose muchas cosas buenas, como no mutar en formas más dañinas; como no convertirse en epidemia.

Pero cuando estuvo al lado de aquella deliciosa molécula de ADN humano, su apetito lo rebasó.

Envolvió sin desearlo al ácido nucléico, y se reprodujo a sí mismo en contra de su voluntad.

En muy poco tiempo, la Organización Mundial de la Salud declaró pandemia: nuestro virus, igual que Edipo, había sido víctima de su propio destino.

sábado, 2 de mayo de 2009

La entrevista a Don Rafa


Don Rafa era toda una personalidad en aquel pequeño pueblo, famoso por ser capaz de ver a los duendes que habitaban los campos de las cercanías.

Un fin de semana, llegó al pueblo un exitoso escritor especializado en cuentos fantásticos, en hadas, duendes, dragones y toda clase de seres inverosímiles.

En cuanto supo de Don Rafa, decidió visitarlo para que le narrara sus experiencias reales con duendes, para ver si podía refrescar un poco la temática de sus cuentos.

La cita se dio en la sala de la casa de éste, quien con toda amabilidad, y con su cerebro fresco a pesar de sus 98 años de edad, contó al escritor decenas de experiencias con duendes locales.

El escritor quedó maravillado de la enorme imaginación de Don Rafa, pero finalmente no le creyó ni una palabra, pues estaba claro que los duendes no existían más allá de los confines de aquella cabeza canosa.

Aquella misma tarde, el escritor quiso compartir los resultados de aquella divertida experiencia con algunos amigos, así que salió al jardín de su hotel y los llamó.

Ellos se presentaron enseguida, saliendo de todas partes: de debajo de las piedras, de hoyos en los árboles, de madrigueras inesperadas…

Platicaron todos un largo rato acerca de la imaginación desbordada de Don Rafa, de quien, al final, acabaron mofándose por creer que los duendes existían.

Al llegar la media noche, el escritor volvió a sus aposentos, y se despidió de sus amigos duendes, satisfecho por haber coincidido con ellos de que eran tan sólo criaturas imaginarias, producto de mentes ingenuas o enfermas.

viernes, 1 de mayo de 2009

La fiesta de la cucaracha


Ella, desde su escondrijo, observó cómo el matrimonio preparaba las maletas para salir de fin de semana. Era una oportunidad de oro para asaltar la alacena, llena de tantas golosinas y nutrientes.

Como sea, era una cucaracha amigable, y finalmente concluyó que debería organizar una gran fiesta de un par de días con todos sus amigos insectos y arácnidos del jardín. Había alimentos pata todos.

Convocó entonces a todos sus amigos, quienes enseguida se presentaron al convivio.
Llegaron moscas, mosquitos, abejas, libélulas, alacranes, escarabajos, hormigas, gorgojos, arañas y gusanos de todo tipo, varios cientos de voraces individuos de seis u ocho patas.

El lugar de reunión fue, obviamente, la alacena.

El asalto a los víveres empezó enseguida. Todos los bichos se lanzaron al unísono sobre cajas, latas, envases y frascos. Éstos caían al piso desde los estantes, y se rompían con alegre sonido, permitiendo a los animalejos el acceso a todo lo imaginable.

Sólo había un ser triste y frustrado en aquella alacena: un bote de aerosol que contenía insecticida, que observaba impotente los desmanes que estaban ocurriendo.
Si por él fuera, ya habría exterminado a todos con su poderosa fórmula, pero existía un gran problema: necesitaba una mano humana que presionase la tapa para poder liberar su enorme capacidad aniquiladora de bichos.

Así, mientras la orgía de alimentos continuaba, el bote de insecticida se fue desesperando. Haciendo un enorme esfuerzo, con pequeños movimientos, se fue acercando al borde del estante. Finalmente, logró caer con mucha fuerza sobre el piso. Al hacerlo, su envase se rompió, y el insecticida presurizado llegó inmediatamente a todos los puntos de la alacena.

Los sorprendidos bicharrajos no lo podían creer, y uno a uno fueron cayendo asfixiados por el poderoso matainsectos de última generación.

Cuando el matrimonio regresó, dos días después, encontró aquel enorme desorden y destrucción en la alacena, con cientos de insectos y arácnidos muertos, incluyendo el vacío bote de aerosol de insecticida.

Lo trágico de esta historia es que el heroico bote de aerosol que se suicidó para cumplir con su función existencial, fue a dar finalmente, sin ningún reconocimiento de sus dueños, al mismo basurero en que fueron arrojados todos los cadáveres de los insectos.

La vida, a veces, encierra lamentables ironías.

miércoles, 29 de abril de 2009

El romance clandestino entre el zapato y la piedra


La piedra no llegó al zapato casualmente.

Se conocieron en una vereda, y ambos quedaron embelesados el uno del otro.

Ella, consciente de que el zapato avanzaba, se lanzó sobre él y cayó justo bajo la planta del pie del caminante.

Éste sintió la molestia. Se quitó el zapato y lo zarandeó para que la piedra cayese.

El zapato contuvo con todo su amor a la piedra, y evitó que ésta fuese lanzada al vacío.

Al llegar a casa, el caminante dejó el molesto zapato en el ropero, y jamás volvió a pensar en ponérselo.

La piedra y el zapato abandonado en el ropero, vivieron felices el resto de sus días.