Francisca supo de la existencia de la Caperucita Roja
cuando, al cumplir los siete años, su padre le regaló un libro con muchos
cuentos infantiles. Algo en sus adentros le dijo que ignorase los demás y que
leyese únicamente ése: el de la Caperucita Roja.
Todas las tardes, al regresar del colegio, ella
volvía al libro, al mismo cuento, y lo leía una y otra vez. Aburría a su madre
con preguntas aparentemente absurdas acerca de esa historia.
Pasó el tiempo, y la recámara de la adolescente
Francisca –en vez de afiches de chicos jóvenes y guapos- estaba llena de temas y
cuadros relacionados con la
Caperucita Roja.
Cuando llegó el momento de escoger su carrera,
eligió la de arqueología. Sus padres no lo entendieron, pero ella estaba segura
de lo que hacía y defendió su postura.
Cursó exitosamente todas las asignaturas, pero
sus favoritas fueron Paleontología, Zoología, Genética, Arqueología I y II y
Antropología.
Una vez con el título en la mano, sus
excelentes calificaciones le brindaron la oportunidad de conseguir una muy buen
beca para hacer su doctorado. Ella eligió el tema “La Caperucita Roja y
su Entorno”. Esto causó algo de revuelo entre los conservadores investigadores
de su universidad, pero su vocación era inmutable: Francisca quería saber toda
la verdad acerca del tema de la dulce chiquilla vestida de rojo que se enfrentó
a un lobo feroz en la oscuridad del bosque. Era su oportunidad y no la iba a
dejar pasar.
Inició sus estudios planteando una serie de
preguntas:
- ¿Qué tipo de
mujer era su madre que, conociendo los peligros que acechan en el bosque,
mandara sola a su hija? Y su irresponsable padre, ¿en dónde estaba?
- ¿Cómo el
lobo, siendo el dueño y señor del bosque, no ataca a la niña en sus
dominios sino que la espera metido en la cama de la abuela?
- ¿Cómo se
explica que la muchacha no sea capaz de reconocer las diferencias, que sí
nota, entre su abuela y una bestia disfrazada?
y muchas otras más por el estilo. Había mucho
tema que investigar.
Una vez agotadas las opciones bibliográficas, Francisca
ubicó a la Caperucita
Roja en un bosque alemán cercano a la ciudad de Jena
(Alemania). Ahí se dirigió perfectamente equipada.
Habló con los campesinos locales, que le
dieron pistas y antecedentes.
Muy pronto encontró, bajo la sombra de un
viejo olmo, un botón de madera que parecía haber sido parte de la famosa
caperuza roja. Cerca del lugar del hallazgo, descubrió petrificadas huellas de
lobo y de zapatos de niña. Más adelante había señales de un gran pleito entre
ambos personajes: encontró enterrados mechones de pelos de lobo y un arete de
cuentas de vidrio.
Siguiendo las huellas del lobo, Francisca halló
los restos de una cabaña medieval que se parecía mucho a las descripciones del
cuento.
Con todos los elementos encontrados, regresó a
la universidad. Empleó las técnicas del infrarrojo, del carbono 14 y del ADN
para ratificar sus suposiciones.
El lobo resultó ser descendiente de la loba
que amamantó a Rómulo y Remo. Dos lobos del zoológico de Munich eran sus
descendientes. Todos ellos eran de un linaje noble, digno, incapaces de
ratificar lo que contaba el cuento. Algo no cuadraba.
Caperucita Roja resultó ser hija de un
defraudador de Jena, que se fue a vivir al bosque para evitar que la justicia
lo encarcelara.
La abuela era una mujer avara que guardaba su
fortuna debajo del colchón. La hija –madre de Caperucita Roja y nuera de
aquella- decidió asesinarla enviándole unas galletas envenenadas, para así
poder adueñarse de su escondida riqueza.
El lobo –todo nobleza-, dándose cuenta del
ardid de la Caperucita
Roja y de su madre, corrió para advertirle a la anciana lo
que se estaba gestando. Lamentablemente, un cazador ingenuo con hacha y prejuicios
acerca de los lobos, entró a la cabaña de la abuela justo cuando aquél trataba de
explicar lo que sucedía.
Francisca publicó con mucho entusiasmo su
tesis de doctorado. Los sinodales se rieron de ella hasta el cansancio antes de
decirle que estaba suspendida.
En su testamento –varios años después-, Francisca
pidió que se publicase la verdad del cuento de la Caperucita Roja en
el jornal de arqueología de la universidad.
Los hijos de Francisca prefirieron ignorar el
asunto.
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