sábado, 2 de febrero de 2019

Caperucitología obsesiva


Francisca supo de la existencia de la Caperucita Roja cuando, al cumplir los siete años, su padre le regaló un libro con muchos cuentos infantiles. Algo en sus adentros le dijo que ignorase los demás y que leyese únicamente ése: el de la Caperucita Roja.

Todas las tardes, al regresar del colegio, ella volvía al libro, al mismo cuento, y lo leía una y otra vez. Aburría a su madre con preguntas aparentemente absurdas acerca de esa historia.

Pasó el tiempo, y la recámara de la adolescente Francisca –en vez de afiches de chicos jóvenes y guapos- estaba llena de temas y cuadros relacionados con la Caperucita Roja.

Cuando llegó el momento de escoger su carrera, eligió la de arqueología. Sus padres no lo entendieron, pero ella estaba segura de lo que hacía y defendió su postura.



Cursó exitosamente todas las asignaturas, pero sus favoritas fueron Paleontología, Zoología, Genética, Arqueología I y II y Antropología.

Una vez con el título en la mano, sus excelentes calificaciones le brindaron la oportunidad de conseguir una muy buen beca para hacer su doctorado. Ella eligió el tema “La Caperucita Roja y su Entorno”. Esto causó algo de revuelo entre los conservadores investigadores de su universidad, pero su vocación era inmutable: Francisca quería saber toda la verdad acerca del tema de la dulce chiquilla vestida de rojo que se enfrentó a un lobo feroz en la oscuridad del bosque. Era su oportunidad y no la iba a dejar pasar.

Inició sus estudios planteando una serie de preguntas:
  • ¿Qué tipo de mujer era su madre que, conociendo los peligros que acechan en el bosque, mandara sola a su hija? Y su irresponsable padre, ¿en dónde estaba?
  • ¿Cómo el lobo, siendo el dueño y señor del bosque, no ataca a la niña en sus dominios sino que la espera metido en la cama de la abuela?
  • ¿Cómo se explica que la muchacha no sea capaz de reconocer las diferencias, que sí nota, entre su abuela y una bestia disfrazada?
y muchas otras más por el estilo. Había mucho tema que investigar.

Una vez agotadas las opciones bibliográficas, Francisca ubicó a la Caperucita Roja en un bosque alemán cercano a la ciudad de Jena (Alemania). Ahí se dirigió perfectamente equipada.

Habló con los campesinos locales, que le dieron pistas y antecedentes.

Muy pronto encontró, bajo la sombra de un viejo olmo, un botón de madera que parecía haber sido parte de la famosa caperuza roja. Cerca del lugar del hallazgo, descubrió petrificadas huellas de lobo y de zapatos de niña. Más adelante había señales de un gran pleito entre ambos personajes: encontró enterrados mechones de pelos de lobo y un arete de cuentas de vidrio.

Siguiendo las huellas del lobo, Francisca halló los restos de una cabaña medieval que se parecía mucho a las descripciones del cuento.

Con todos los elementos encontrados, regresó a la universidad. Empleó las técnicas del infrarrojo, del carbono 14 y del ADN para ratificar sus suposiciones.

El lobo resultó ser descendiente de la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Dos lobos del zoológico de Munich eran sus descendientes. Todos ellos eran de un linaje noble, digno, incapaces de ratificar lo que contaba el cuento. Algo no cuadraba.

Caperucita Roja resultó ser hija de un defraudador de Jena, que se fue a vivir al bosque para evitar que la justicia lo encarcelara.

La abuela era una mujer avara que guardaba su fortuna debajo del colchón. La hija –madre de Caperucita Roja y nuera de aquella- decidió asesinarla enviándole unas galletas envenenadas, para así poder adueñarse de su escondida riqueza.

El lobo –todo nobleza-, dándose cuenta del ardid de la Caperucita Roja y de su madre, corrió para advertirle a la anciana lo que se estaba gestando. Lamentablemente, un cazador ingenuo con hacha y prejuicios acerca de los lobos, entró a la cabaña de la abuela justo cuando aquél trataba de explicar lo que sucedía.

Francisca publicó con mucho entusiasmo su tesis de doctorado. Los sinodales se rieron de ella hasta el cansancio antes de decirle que estaba suspendida.

En su testamento –varios años después-, Francisca pidió que se publicase la verdad del cuento de la Caperucita Roja en el jornal de arqueología de la universidad.

Los hijos de Francisca prefirieron ignorar el asunto.    




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