jueves, 13 de junio de 2019
Saturno
A pesar de que convivimos en el mismo universo-espacio-tiempo, los tiempos de los Dioses y de los Hombres no necesariamente coinciden.
Aun cuando la mitología ubique acertadamente la tragedia de un Dios en el pasado, ésta puede estar por ocurrir en nuestro momento existencial o más adelante. Einstein entendió lo anterior, pero no supo explicárnoslo.
Antonio Martín se despertó aquél día de bastante mal humor. Claudia, su mujer le había informado la noche anterior que estaba embarazada, tema que en nada lo satisfizo. Ya habían hablado mucho del asunto, y él había dejada clara su postura tiempo atrás: “No quiero hijos.”
Habían discutido hasta tarde. Antonio le sugería abortar. Ella se plantó sólida en la discusión, y le dijo que lo tendría aunque él se fuese de casa.
Claudia ya no era una jovencita. La edad de dar a luz se le estaba pasando. Durante diez años había intoxicado su cuerpo con anticonceptivos, y esta vez quería tener al bebé.
Antonio argumentaba la carestía de la vida, la competencia inhumana a la que su hijo estaría sometido para ganarse la vida, los problemas que habría para pagarle la universidad, y cuanta cosa se le ocurría al respecto.
Ella sentía que había algo más de fondo en la complicada cabeza de su marido, así que un día simplemente dejó de tomar la píldora sin decírselo a Antonio, y permitió que la naturaleza tomase su curso. Y antes de anunciarle que estaba embarazada, dejó que transcurriera el tiempo suficiente para que cualquier médico abortista que él propusiera, les informase que ya era demasiado tarde para eso. Así empezaron las pesadillas y las angustias de Antonio, y la enorme ilusión de Claudia. _____________________________________________
Antonio Martín no había sido para nada un buen hijo. Como hermano mayor, manipuló a sus hermanos menores para llevar a su padre a un asilo de ancianos. Después inició un juicio legal para que su padre fuese declarado mentalmente inhabilitado, por lo que el testamento fue anulado. El juez –por medio de sobornos- lo nombró albacea, y eso fue suficiente para birlar todo lo heredado a sus ingenuos hermanos.
Sin embargo, Antonio dilapidó su fortuna mucho antes de casarse con Claudia. Mucho tiempo antes de conocerla, él soñaba con tener hijos: los niños le gustaban mucho, al extremo de que en sus sueños sentía que los devoraba, mordiendo suavemente sus nalgas rellenas y sus piernas regordetas. Pero cuando se vio en la posibilidad de tenerlos con una esposa joven, fértil y disponible, algo patológico pasó por su mente: así como él había aniquilado de facto a su padre, alguno de sus hijos podría algún día hacerle lo mismo algún día. Su conclusión y decisión fue simple y llanamente no tener hijos.
Claudia nunca lo entendió, pero como mujer resignada, aceptó su suerte pensando que con el tiempo Antonio recapacitaría. Nunca fue así.
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Al nacer el pequeño Eugenio, Claudia decidió separase de su marido y hacer la vida por sí sola, pues las actitudes de Antonio hacia su embarazo la asustaban: varias veces la amenazó con hacerla abortar a golpes.
Así, Eugenio, ayudado por su padrastro Julián (el nuevo esposo de Claudia), salió adelante en la vida. Claudia nunca le negó el hecho de ser hijo de Antonio, pero –por su propia seguridad- jamás permitió que se conociesen. Con el paso del tiempo, Antonio Martín rehizo la fortuna que alguna vez tuvo. Envejeció rico.
Lo que nunca pensó es que un día le llegaría una orden judicial que le exigía poner a su único hijo Eugenio como heredero universal de sus dineros y propiedades. Ese día, un mal sueño dejó claro a Antonio quién era él en realidad: su verdadero nombre era Saturno.
Mucho tiempo atrás –ayudado por sus hermanos los Titanes- había asesinado a su padre Urano para despojarlo del universo. Se quedó con todo lo que había en el mundo, pero sabía de sobra que la vida –aun la de los Dioses- cobraba las afrentas hechas.
Así, Saturno decidió devorar todos los hijos que su noble esposa Rea tuviese, para evitar que alguno de ellos le hiciese lo mismo que él hizo a su padre Urano.
Ella, desesperada, tuvo un último hijo, un hermoso y potente varón. Lo ocultó en un lugar lejano, e hizo creer a Saturno que una piedra envuelta en pañales era el bebé recién nacido. Él lo devoró sin darse cuenta de la treta.
Así, Júpiter creció fuerte y sano, oculto a la vista de Saturno.
Un día, aquél decidió destronar a su padre. Lo hizo, pero no lo asesinó: simplemente lo envió a la tierra de los mortales a ganarse la vida como un hombre más.
Unos días después de aquella reveladora pesadilla, Antonio supo que su hijo Eugenio demandaba la totalidad de su herencia en vida, argumentando que su padre ya no razonaba adecuadamente.
Saturno decidió suicidarse: un Dios como él no debía caer en un lugar más bajo que la tierra de los mortales.
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