Aquel ente conocía perfectamente sus capacidades. Flotaba en los interminables vacíos del universo desde hacía eones, sin encontrar en esa inmensidad nada ni nadie con quien comunicarse. Ése no era un problema, pues su esencia inmaterial implicaba la soledad eterna, misma que disfrutaba desde siempre sin interrupciones.
Sin embargo, llegó el momento en que decidió cambiar algo en su ser. Su decisión de mutar no era un tema menor, pues implicaba extinguirse para siempre a cambio de lograr algo trascendente. Nunca supo qué lo impulsó a hacerlo.
Así, decidió generar, a partir de su inmaterialidad, una maravillosa obra de arte material, aun sabiendo que su vida, que podía ser eterna, terminaría justo al concluirla.
Carecía de vanidad. Los entes inmateriales no pueden ser vanidosos, pues vagan solos en el universo sin nada o nadie con quien compararse. Sabía de sobra que la obra de arte en que se convertiría sólo sería observada y conocida por él mismo, y eso era precisamente lo más agradable de su suicidio: verse materializado por unos microinstantes en algo de verdad valioso y digno, una obra de arte dedicada únicamente a sí misma, por el simple hecho de lograr algo admirable.
Antes de morir, logró ver -durante fracciones infinitesimales de tiempo- su magna materialización. Sus sentidos quedaron maravillados ante ese objeto, y así, muy satisfecho de lo logrado, se desvaneció para siempre.
Sin embargo, llegó el momento en que decidió cambiar algo en su ser. Su decisión de mutar no era un tema menor, pues implicaba extinguirse para siempre a cambio de lograr algo trascendente. Nunca supo qué lo impulsó a hacerlo.
Así, decidió generar, a partir de su inmaterialidad, una maravillosa obra de arte material, aun sabiendo que su vida, que podía ser eterna, terminaría justo al concluirla.
Carecía de vanidad. Los entes inmateriales no pueden ser vanidosos, pues vagan solos en el universo sin nada o nadie con quien compararse. Sabía de sobra que la obra de arte en que se convertiría sólo sería observada y conocida por él mismo, y eso era precisamente lo más agradable de su suicidio: verse materializado por unos microinstantes en algo de verdad valioso y digno, una obra de arte dedicada únicamente a sí misma, por el simple hecho de lograr algo admirable.
Antes de morir, logró ver -durante fracciones infinitesimales de tiempo- su magna materialización. Sus sentidos quedaron maravillados ante ese objeto, y así, muy satisfecho de lo logrado, se desvaneció para siempre.
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