domingo, 16 de marzo de 2008

Quercus Cerris


Ella (o él) era un árbol monoico enorme, de unos doscientos años humanos de edad, con una muy especial característica: era portadora de una enorme responsabilidad genética. Su nombre era Ulaiiii, como sonaba con el viento.

Medía unos treinta metros de altura, pero su estatura física era insignificante si se comparaba con el mandato que la Naturaleza le había asignado.

Poseía una forma de inteligencia poderosa muy diferente de la humana. De hecho tenía muy claro que sus genes eran la alternativa al desastre que el homo sapiens estaba generando en el planeta.

Por eso, ella (o él) fue muy cuidadosa cuando decidió dejar caer al suelo la mejor de sus semillas.

Durante decenas de años había observado a las especies animales que pululaban en su bosque, y escogió cuidadosamente a la especie -y particularmente al individuo- que habría de portar su semilla elegida al lugar apropiado.

Dejó caer cientos de semillas absurdas e irrelevantes para decidir lo anterior. Cuando todo estaba listo y su portador decidido, esperó a que éste apareciese y liberó oportunamente su mejor opción. El ave escogida devoró la bellota y voló a su nido cerca de la inaccesible peña.

Sus genes fueron depositados exactamente en donde ella (o él) había decidido.

De ahí brotó un vástago selecto que, al paso de años, se convirtió en un árbol inteligente, paciente y observador, que esperó a que la humanidad se destruyese a sí misma.

Cuando esto ocurrió –irremisiblemente- , él (o ella) asumió su papel, y desplazó como especie dominante al homo sapiens, exactamente igual como éste había desplazado absurdamente a los dinosaurios millones de años antes.

Hoy los inteligentes quercus cerris, descendientes de Ulaiiii, pueblan el planeta Tierra, y lo preservan de manera ejemplar. La Naturaleza los observa, pero hasta el momento, ésta se siente satisfecha.