viernes, 12 de junio de 2009

El extraño caso de la musa desaparecida


Noche tras noche me sentaba frente al ordenador a pensar sobre la vida, y la musa enseguida me tomaba los dedos de las manos, los llevaba sobre el teclado, y con una dulzura impresionante aparecían en mi pantalla cosas agradables, de fondo, divertidas, cosas de amor y de desamor, cosas inimaginables un momento antes, que yo leía y releía admirado.

Nunca pensé en reclamar derechos de autor por esos temas, pues sabía que a ella pertenecían. Yo, sin ella, apenas redactaba tres palabras sin gracia, sin estilo, así que habría sido un perfecto arrogante de haberme considerado un buen escritor o pensador.

Siempre le di su lugar. Si en un momento ella no aparecía, suponía que algún asunto personal había tenido que ir a resolver. De alguna manera todos tenemos una vida propia.

Igualmente reconozco que entre nosotros no existía un contrato. Lo que ella me inspiraba aparecía siempre como escrito por mí. Pero sé que ella -criatura sin vanidad- se daba por satisfecha cuando alguien admiraba mis temas.

Pero un día ella desapareció. Dejó mis dedos paralíticos, mis neuronas secas. Me dejó sin gracia y sin estilo.

Ni siquiera me avisó que se marchaba. Pudo haber dejado un mensaje, pero no lo hizo.

Era tan dulce y tan noble, que me mortifica pensar que debo haberla herido demasiado como para irse de esa manera, sin advertencia.

Hoy debe estar inspirando a otro. Ella se nutre de inspirar, como nosotros nos nutrimos de alimentos.

Cierro, por lo tanto, un ciclo de mi vida, el que perteneció a ella. Desconozco la naturaleza de las musas, pero espero de corazón que ella haya encontrado alguien con dedos más ágiles, con un teclado más fino, quien la merezca más.

Ahora leeré mucho. Visitaré museos de pintura y escultura, pistas de ballet, escuelas de arte. Sé que está por ahí, y su encanto proyectado no será difícil de reconocer. Cuando la encuentre, le aplaudiré con todo mi amor...y me retiraré para siempre.