viernes, 1 de mayo de 2009

La fiesta de la cucaracha


Ella, desde su escondrijo, observó cómo el matrimonio preparaba las maletas para salir de fin de semana. Era una oportunidad de oro para asaltar la alacena, llena de tantas golosinas y nutrientes.

Como sea, era una cucaracha amigable, y finalmente concluyó que debería organizar una gran fiesta de un par de días con todos sus amigos insectos y arácnidos del jardín. Había alimentos pata todos.

Convocó entonces a todos sus amigos, quienes enseguida se presentaron al convivio.
Llegaron moscas, mosquitos, abejas, libélulas, alacranes, escarabajos, hormigas, gorgojos, arañas y gusanos de todo tipo, varios cientos de voraces individuos de seis u ocho patas.

El lugar de reunión fue, obviamente, la alacena.

El asalto a los víveres empezó enseguida. Todos los bichos se lanzaron al unísono sobre cajas, latas, envases y frascos. Éstos caían al piso desde los estantes, y se rompían con alegre sonido, permitiendo a los animalejos el acceso a todo lo imaginable.

Sólo había un ser triste y frustrado en aquella alacena: un bote de aerosol que contenía insecticida, que observaba impotente los desmanes que estaban ocurriendo.
Si por él fuera, ya habría exterminado a todos con su poderosa fórmula, pero existía un gran problema: necesitaba una mano humana que presionase la tapa para poder liberar su enorme capacidad aniquiladora de bichos.

Así, mientras la orgía de alimentos continuaba, el bote de insecticida se fue desesperando. Haciendo un enorme esfuerzo, con pequeños movimientos, se fue acercando al borde del estante. Finalmente, logró caer con mucha fuerza sobre el piso. Al hacerlo, su envase se rompió, y el insecticida presurizado llegó inmediatamente a todos los puntos de la alacena.

Los sorprendidos bicharrajos no lo podían creer, y uno a uno fueron cayendo asfixiados por el poderoso matainsectos de última generación.

Cuando el matrimonio regresó, dos días después, encontró aquel enorme desorden y destrucción en la alacena, con cientos de insectos y arácnidos muertos, incluyendo el vacío bote de aerosol de insecticida.

Lo trágico de esta historia es que el heroico bote de aerosol que se suicidó para cumplir con su función existencial, fue a dar finalmente, sin ningún reconocimiento de sus dueños, al mismo basurero en que fueron arrojados todos los cadáveres de los insectos.

La vida, a veces, encierra lamentables ironías.