sábado, 26 de diciembre de 2009

El ratón astronauta y la luna de queso


Diez, nueve, ocho, siete”….se empezó a escuchar en el altavoz de la base de lanzamientos espaciales de Ciudad Ratonia. El astronauta Ratolino, en el mando de la astronave, temblaba del miedo de que algo saliera mal, pero lo soportaba con entereza porque sabía que el premio a su constancia iba a ser grandioso. No en vano era el astronauta mejor calificado de su ciudad y el primero que pondría sus cuatro patitas y su cola en la luna.

“…seis, cinco, cuatro…”…continuaba el altavoz. Ratolino apretó los puños para soportar la enorme fuerza de gravedad a la que sabía que se enfrentaría en unos segundos.

“…tres, dos, uno, cero!!!!”, se escuchó finalmente. El estruendo de los motores de la astronave fue tremendo. Así, en ese momento, Ratolino se convirtió en el primer astronauta ratón de la historia.

Pero él no era vanidoso, sino glotón. Había ganado los concursos de admisión a la Escuela del Espacio Exterior por su escolaridad e inteligencia, pero lo que más pesó en su éxito fue su voluntad para tratar de llegar a la luna, pues estaba convencido –a pesar de lo que decían los ratones científicos- de que la luna era de queso Gruyere 100% puro. Su glotonería le había dado la fuerza necesaria para ser escogido entre miles ratones voluntarios que anhelaban esa oportunidad.

Finalmente sus ilusiones se cumplían. La luna se veía cada vez más grande por la escotilla de su módulo de mando. El alunizaje estaba preparado para el día siguiente. Tomó su pastilla para conciliar el sueño y durmió muy muy bien.

Finalmente la nave alunizó. Ratolino se puso emocionado su traje de astronauta, abrió la puerta del módulo de mando, extendió la escalera…e inmediatamente confirmó sus sospechas: la luna era un enorme pedazo de queso Gruyere, y él era el único ratón en aquel maravilloso lugar.

Cumplió con los protocolos implícitos previstos para después del alunizaje. Se comunicó por radio a la Base Ratonia para decir que todo estaba de acuerdo a los planes, e inmediatamente después sacó su mantel, lo extendió, se sentó y afiló sus dientes para el colosal banquete que tantos años había esperado.

Y así, cuando iba a dar el primer mordisco a la deliciosa luna de queso, Ratolino escuchó un desagradable maullido demasiado cercano: había un maldito gato en la luna.

Fue entonces que Ratolino despertó de su maravilloso sueño en su propia ratonera al sentir un doloroso zarpazo en su lomo, procedente de Cuchifaz, el gato de la casa, que por fin había logrado atraparlo tras cientos de intentos.

En su delirio fatal, Ratolino imaginó que un gato extraterrestre de color morado, con tres ojos y ocho patas, lo devoraba en un mundo repleto de queso Gruyere de la mejor calidad.