viernes, 23 de mayo de 2008

Génesis alterno


I LOS ORÍGENES

Antes del inicio del tiempo, el Señor de este mundo creó a los ángeles para que estuviesen a su servicio eternamente. Entre la gran jerarquía de ellos, generó a los querubines -muy cercanos a Él-, entes supuestamente de toda su confianza.

Entre los querubines había de dos tipos: aquellos con cabeza, cuerpo y alas; y otros -los llamados pterocéfalos-, con cabeza y sin cuerpo, con dos pares de alas emergiendo de la parte posterior de la nuca.

La función de los pterocéfalos sería simple pero relevante: deberían vigilar el mundo sin ser vistos. No necesitaban cuerpo, pues su misión sería volar por todas partes, trayéndole al Señor de este mundo la información requerida oportunamente.

Al carecer los pterocéfalos de cuerpo y de manos, el Señor de este mundo les regaló un jardín de flores de todos tipos para que se nutriesen de néctar, mismo que succionaban con sus labios cada mañana antes de hacer sus rondas por el mundo. Carecían, por lo tanto, de dientes. Sus alas eran ideales para planear, y su vuelo era sutil, silencioso y pausado.


II LA EXPULSIÓN

Un día –justo al iniciarse el tiempo en el planeta Tierra- el Señor de este mundo desconfió de los querubines y decidió probar su fidelidad. La mitad de ellos (miríadas) resultaron ser no confiables, y por ello fueron expulsados de la Gloria, convirtiéndose en demonios.

Para los querubines de cuerpo completo, el trauma de la expulsión fue llevadero una vez que se adaptaron a las condiciones de las cavernas y cráteres terrestres.

Pero para los pterocéfalos, el problema fue terrible: no sabían cómo alimentarse de otra cosa que no fuese de néctar de flores, y éstas no existían todavía fuera del jardín de la Gloria. Como carecían de manos y de fuerza corporal, se vieron en graves problemas. La gran mayoría murió pronto de inanición. Sus gemidos desesperados se escuchaban por todas partes cuando aún no existían oídos que los escuchasen. El Señor de este mundo no se apiadó de ellos.

Pero la misma Naturaleza que el Señor de este mundo había dictaminado para el planeta Tierra, hizo que unos cientos de pterocéfalos mutasen y, gracias a ello, sobreviviesen….pero con mucho odio al Señor de este mundo y a sus criaturas.


III LAS DOS MUTACIONES

Un grupo de los pterocéfalos sobrevivientes, desarrolló finos y filosos colmillos para perforar las arterias y succionar la sangre. Volaban silenciosamente en la oscuridad, para prenderse sutilmente en el cuello de las bestias que el Señor de este mundo había enviado previniendo la creación del Hombre.

El otro grupo desarrolló dientes cortantes, mandíbulas poderosas y alas rápidas. Aprendieron a alimentarse de la carne de las bestias de la Tierra, que eran devoradas por ellos en cuestión de minutos.

Así, durante miles de años, ambas especies de pterocéfalos, atacando en temibles parvadas, asolaron a las bestias del planeta. Nunca dejaron huella de su presencia, pues su origen etéreo hacía que sus cuerpos al morir desvaneciesen completamente.


IV EL SEÑOR DE ESTE MUNDO CONTRAATACA

El Señor de este mundo estaba impaciente por crear al Hombre para así poder ser adorado, pero la presencia de ambos tipos de pterocéfalos en el planeta era de temerse.

Creó entonces las tormentas. Cada vez que una parvada de esos monstruos alados se concentraba para ir en busca de presas, los quertubines buenos se lo hacían saber, y así Él generaba rayos y lluvias torrenciales que aniquilaban a los sangrientos querubines mutantes.

Una vez más los pterocéfalos quedaron mermados. Pocos se atrevían a salir a cazar, pues en poco tiempo se generaban rayos y aguaceros. Se refugiaron en cuevas y cráteres, alimentándose discretamente de alimañas y serpientes.


V EL ELEGIDO

Entre los desesperados pterocéfalos surgió una leyenda esperanzadora: pronto nacería entre ellos uno muy especial que los guiaría hacia el éxito, que los regresaría a su época de oro, a la anterior predominancia en el mundo. Así, se confortaron entre ellos esperando que la profecía se cumpliese.

Un día inesperado, en una oscura caverna, apareció el Elegido. Nada lo distinguía entre los demás, excepto que irradiaba desde sus adentros una fuerza muy optimista, magnética, motivante. Los demás decidieron unánimemente seguirlo.


VI EL OTRO

El Señor de este mundo no era el único Señor. Había otro, más sabio, más prudente. Se autodenominaba el Otro. En su verdadera omnisapiencia, veía que el mundo del Señor estaba improvisado. Éste tenía prisa por ser adorado, y, en ese acelerado afán, cometía muchos errores graves, uno de los cuales fue –por ejemplo- el haber creado a los pterocéfalos para después abandonarlos a su suerte.

Pero el Otro sabía que el más grande de los errores del Señor de este mundo estaba por ser cometido: éste iba a crear al Hombre, un ser con inteligencia absurda y destructiva que acabaría aniquilando al planeta Tierra. En su sapiencia, el Otro predijo que habría diluvios punitivos, guerras, enfermedades antropogénicas, destrucción de todo lo bueno. ombreH

Por eso, el Otro decidió que tenía que intervenir y evitar esa atrocidad: el Hombre no debería proliferar. Su creación era inminente, pero algo había que hacer al respecto para evitar su trascendencia.

Así fue como decidió crear al Elegido, un pterocéfalo líder, capaz de reanimar las huestes de su especie. En todo el universo, sólo los pterocéfalos podían ser más temibles que el Hombre.


VII DE NUEVO A LA CONQUISTA DEL MUNDO

Aquella noche, el Elegido dio la señal a sus seguidores. Miles de ellos salieron de sus cráteres y cavernas, reuniéndose en enormes parvadas en busca de alimento.

El Señor de este mundo nunca lo supo, pues las primeras víctimas escogidas por el Elegido fueron precisamente los querubines buenos, aquellos que vigilaban el mundo. Todos fueron succionados o devorados. Ninguno sobrevivió aquella noche.

Los cielos nocturnos estaban ahora libres para el despliegue total de los pterocéfalos. Nada los detendría.


VIII MIENTRAS TANTO CERCA DEL PARAÍSO

Adán y Eva celebraban el nacimiento de su Abel, su segundo hijo. De repente, el cielo se oscureció al desaparecer la luna brillante oculta por una extraña nube animada. Desde muchos lugares, aparecieron cientos de pterocéfalos voraces, que devoraron al Hombre y a sus descendientes en cuestión de segundos. Nadie se salvó en aquel lugar, excepto el planeta Tierra. El Hombre había sido borrado oportunamente de la faz de la Tierra.

El Señor de este mundo lloró, y reconoció humildemente la razón y la superioridad del Otro.

Nunca más regresó a la absurda idea de volver a crear al Hombre.