jueves, 16 de septiembre de 2010

Las misteriosas bailarinas del desierto magrebí


Cuenta una antigua leyenda berebere que alguna vez las alcachofas fueron hermosas doncellas que bailaban en la corte de un rey tribal llamado Masinisa Gaia, en la parte oriental de las costas del mar mediterráneo.

Muchas noches, el rey, una vez que su esposa principal se dormía gracias a una poción que él colocaba discretamente en su bebida, acudía al recinto de las bailarinas y armaba con ellas orgías largas y estruendosas.

No tardó mucho su esposa en enterarse de estas infidelidades que rebasaban cualquier prebenda de hombres o reyes de esa cultura, pero ella, en vez de reclamarle, contactó a Masaina, la poderosa hechicera que tantos favores le debía.

Ésta, con sus brujerías, se dedicó a convertir cada noche a una bailarina en alcachofa, y la esposa a preparar ésta en la bebida favorita del rey, llamada b'raïb, quien las ingería sin siquiera imaginar lo que ese delicioso brebaje contenía.

Como eran muchas las bailarinas, y el rey no sabía contar más allá de diez, tardó mucho en saber que éstas estaban desapareciendo una a una. Cuando se dio cuenta de ello -porque solamente quedaban doce o trece- su mujer le dijo que ellas estaban huyendo al desierto porque él no era de su entero gusto, a pesar de su realeza y de su cuantioso dinero, pero que conocía una forma de vengar la afrenta que ellas le estaban haciendo: convirtiendo a todas en alcachofas y cultivándolas en una huerta cerca de su tienda, para preparar a diario su bebida favorita.

El rey, lleno de enojo con las bailarinas, aceptó la propuesta de su esposa: a la mañana siguiente, una pequeña huerta llena de alcachofas apareció tras de sus aposentos, y ninguna de aquellas bailarinas apareció jamás con vida en aquel lugar.

Cuenta esa misma leyenda que algunos bereberes han visto que, durante las noche de luna llena, aparecen de la nada, en los desiertos del Magreb, hermosas bailarinas cubiertas de velos, que danzan rítmicamente al compás de los rugidos de los misteriosos leopardos que descienden de la serranía para observarlas.

Al salir el sol, irremisiblemente, y a pesar de los tristes gemidos de los enamorados leopardos, ellas regresan a sus huertas y vuelven a convertirse en alcachofas.