sábado, 14 de febrero de 2009

Los duendes locos del valle de Djanuba


El valle de Djanuba es, en la escala humana, una pequeña y casi imperceptible hondonada a mitad del bosque de Stuttgart, que bien se podría rellenar completamente con un par cubetadas de arena. Más bien hay que tener cuidado de no tropezarse con ella.

Sin embargo, en ese minúsculo e ignoto lugar, hay mucha vida mágica e inteligente. De hecho, alguna vez fue un terreno violentamente disputado por dos razas diminutas: los elfos mariolinos y los duendes carraquines.

Cuentan las hadas alferias que viven en las cercanías, que esa guerra tuvo sus características muy especiales, pues los elfos mariolinos son incapaces de hacer daño alguno al enemigo, mientras que la más poderosa arma de los duendes carraquines es el gruñido.

Por lo anterior, las luchas por poseer la valle de Djanuba se hacían interminables, y la parte aparentemente más sabia –los elfos- decidió un día cederlo al enemigo, para irse a vivir sin complicaciones a las ramas de los árboles gigantes del bosque aledaño, que presentan mucha superficie apta para danzar a la luz de luna (como les gusta), hojas amplias para no asolearse demasiado (por su delicada piel verde clara), muchos agujeros para pasar la noche (pues duermen en donde están cuando les da sueño), y bellotas enormes y deliciosas para alimentarse, si bien tuvieron que competir un tiempo por ellas con las indignadas ardillas locales.

Sin embargo, para los duendes carraquines, el costo de haber ganado esa prolongada guerra ha sido aparentemente muy alto: los elfos controlan desde entonces el pequeño arroyo que riega el valle, y siempre lo han estado rociando con polvo tóxico de setas rojas.

Dicen los que saben de esto, que los duendes nunca han conocido este secreto de los elfos, por lo que beben esa cristalina agua sin saber lo que contiene ni los efectos que por ello se generan en sus cerebros y conciencias.

Dicen que debido a los extractos de setinina contenidos en los sombreros las setas rojas locales, hoy los duendes -que los ingieren a diario y en grandes cantidades- están del todo turulatos…

...y que es por eso que, cuando se visita el valle de Djanuba, se observa que todos los guijarros de los caminos tienen ojos pintados que vigilan a los transeúntes; que todos los árboles están amarrados al suelo como si fuesen animales con ganas de escaparse; que las hojas de los árboles sonríen cuando llega alguien de fuera; que todas las abejas de la región tienen avisos de precaución en sus alas para que los visitantes no vayan a ser picados por ellas; que los duendes se visten con ropa ridícula que hace carcajearse a los foráneos; que los pájaros del valle usan gafas y se ríen constantemente; y que los duendes enamorados llevan a sus novias a navegar por el arroyo en cáscaras de nuez de color azul y naranja.

Sin embargo, hay quien opina entre las criaturas del bosque de Stuttgart, que los duendes carraquines son sabios, que saben perfectamente lo que les ocurre, y que han preferido vivir así un tanto emborrachados, haciendo toda clase de locuras inofensivas y divertidas, antes de regresar a la cordura sobria y sin colores de épocas anteriores.


A eso se debe –ahora ya lo sabemos- la colorida y apreciada belleza del diminuto valle de Djanuba, orgullo de todos sus habitantes y placer de quien lo visita.