miércoles, 3 de junio de 2009

El cuento que se borraba


Hubo una vez un cuento que no se gustaba a sí mismo.

Había sido creado por un buen escritor, pero en un pésimo momento, así que reflejaba una serie de sentimientos íntimos del autor que lo hacían de verdad desagradable para la lectura. Él lo sabía, y por eso rogaba al destino que jamás fuese publicado.
No deseaba salir jamás de aquel cuaderno de borradores.

Pasaron varios días, y el escritor volvió a él para hacerle algunas correcciones de sintaxis y ortografía, pero lo que avergonzaba al cuento, lo que verdaderamente lo afectaba, permaneció sin alteraciones.

Desesperado al saber que al día siguiente el cuento sería mecanografiado para su publicación, paso una pésima noche, llegando incluso a echar lágrimas al suponer que sería un cuento ridiculizado por lectores y críticos, el hazmerreír de los demás cuentos del cuaderno de borradores.

De repente, el cuento de esta historia notó algo curioso acerca de sí mismo: las lágrimas por él vertidas borraban sus letras, sus frases, párrafos enteros.

Decidió entonces llorar y llorar, de modo que sus lágrimas acabaron borrando todo su texto.

Al día siguiente, cuando el escritor pensaba transcribirlo para su publicación, encontró solamente líneas en blanco en lo que había sido aquel cuento. No entendió lo que había sucedido.

Intentó reescribirlo una y otra vez, pero siempre, al día siguiente, igual que la tela de Penélope, el cuento desaparecía.

Finalmente el escritor se dio cuenta de que aquel cuento no deseaba nacer, así que se olvidó de él para siempre.

Hoy nuestro cuento está enterrado en el enorme cementerio de los cuentos que jamás nacieron, aunque éste –hay que dejarlo claro- no lo hizo por su propia voluntad.