miércoles, 12 de noviembre de 2008

El acento frustrado


Nació acento, condenado por la severa gramática castellana a seguir reglas absurdas, como el acentuar siempre las palabras esdrújulas, como el romper diptongos, como el no aparecer jamás en las palabras graves que terminaban en “n”, “s” o vocal, y muchas otras normas radicales que lo hacían sentirse en una verdadera camisa de fuerza ortográfica.

Él quería ser libre, despreocupado, pero la Academia de la Lengua Española, toda una represiva policía de la calaña de la GESTAPO o de la KGB, lo observaba día y noche, palabra tras palabra, párrafo tras párrafo.

Cuando estaba ya a punto de la locura por tanta presión erudita, se le apareció el hada de los acentos, quien, con dulzura y amor literario, le dio, moviendo su varita mágica, una licencia gramatical que consistía en…hacer lo que le diese la gana durante veinte renglones.

Entoncés el acénto se volvio lóco de la alegria y empézo a bríncar de palábra én palábra, dé parrafo en parrafo, disfrutándo dé lá vída por priméra vez en sú existencia.

Comó estába múy conténto, decidio hacér úna fiésta cón sús méjores amígas: lás fáltas de hortografia.

Azí, haqueyos parrafos fuéron lo mejór dé zu vida, i al finalisarla, kedo lísto pára bolvér a la disiplina dé siémpre.

Al día siguiente todo volvió a la normalidad, consciente el acento de que de repente es muy sano disiparse. El hada de los acentos le prometió que una vez cada doscientos párrafos, podía de nuevo liberarse.

Nuestro querido acento vivió muy feliz el resto de sus textos.