domingo, 24 de mayo de 2009

Las almas buenas de Kalmansoo


En Kalmansoo jamás existieron almas buenas.

Todos los seres que ahí habitaban, de cualquiera de sus múltiples especies, eran tenebrosos, malvados, crueles y envidiosos.

Lo anterior estaba en su naturaleza a modo de perversión genética, en la maldita órbita en la que giraba el planeta, en los tóxicos rayos de su lejano sol, en la atmósfera envenenada de siempre.

Por eso, los bondadosos dioses de ese mundo, nunca habían querido enviar esas complicadas almas a un infierno una vez muertos. No hubiese sido justo.

Alguna vez generaron para ellos un agradable lugar al que sarcásticamente llamaron cielo, pero, al menor descuido de los dioses, las criaturas en ese lugar seguían devorándose las unas a las otras.

Por eso, los onmisapientes rectores de ese alejado mundo, finalmente decidieron abandonar aquellas almas en el vacío intemporal e inmaterial. Había tanto espacio para ellos en ese horrible más allá de Kalmansoo, que muy pocas veces dos almas coincidían.

Pero cuando este poco probable evento ocurría, la primer alma que divisaba antes a lo otra, la devoraba completamente.

No, en Kalmansoo jamás existieron almas buenas.